domingo, 12 de octubre de 2008




II. Ave del paraíso
Para Yvette

Une cantante,
Alguien que imagina
La vocación de los pájaros

Una nube su rostro tras la pregunta
Un estallido de sal
La mar en el nido de su voz

Eres dulce, cantante,
Latido de monte y aire
Río
Oh, Cantante fina
Ave del paraíso

Reina en la piedra
Reina en el agua
Reina la luz por tu garganta:

Tu voz lleva un Nilo,
un oasis fluyente
Piedra de luz entre los ojos
Oh, cantante fina
Ave del paraíso
Eres
La esmeralda pulida
La semilla en la Tierra
Eres vida.


Tamoanchan Revisitado

Tamoanchan (El regreso)

I.

Permite papel romper silencio y que la palma vuele abierta,
ansiosa como una mujer a la espera:
Aquí presiento un canto o un silencio
como un nudo de espumas y un tiritar de campanas
Y el caminar de un muñeco que avanza desde la llanura
vestido de lunas y el cascabel del viento:


Me saluda desde la punta mi esposa.


Ocho lados fulgurosa tiene la estrella
Y mi corazón a su lado
renueva a cada instante la órbita
en la mesa de las risas y juegos.


II.

Como olvidé que me había saludado su trenza en el Tlahuiltépetl, me sentía como chango compungido mientras caminaba de su casa al instituto: hormiga perdida bajo las bardas, sombra borracha en el asfalto - calles donde asoman barrigas de señores aburridos y calvos, en bermudas, fumigados.

María, prodigio de hallazgo, tercer bostezo de la bugambilia.
Y a la una y cuarto, azul pilotaje, aburrideces - el destello antequiebro.
Corre después la escalera de un encuentro furtivo:
¡Bajo la mandarina me robaba besos la pitonisa venada!
Lluvia de jacarandas
Retuerto el añico de un pétalo rendido.
Ella se va como un fantasma.
Después: privilegiado silencio, muerte santa.

III.

Promesa de andarte.
Llanto al robarte un beso.
Y agudo es el sentimiento, expulsado de esa paz como de muerte:

Tu lágrima resbala de la mejilla a mis labios sin ningún semáforo que la detenga. Hay días en que se amanece seco, amarillo, ciudadano
Y no hay más que abrir la puerta y salir: que se vaya acomodando al caminar.
Ojeroso. Vagabundo.

IV.

Volviste del Talinmakán, volviste.
El Himalaya era un estrecho y de pronto creías
que las nubes se habían derramado por los suelos.
Traías arena en las manos, tesoro, y querías reírte.
En el álbum me enseñaste las fotos de las casitas que viste flotando sobre ríos.

Te cubrías el corazón con una capa
-la misma que usaste de niña cuando tocabas el acordeón en la primaria-
Gorda, risueña, gimnasta.
Hoy casi no tienes pena de nada.
En cambio,
yo todavía amanezco con ganas de ahogarme
si veo la versión inglesa de Nuestro Universo sobre la oración de la mañana.