domingo, 6 de diciembre de 2009

Cantos para los héroes

Cantos para los héroes

El poeta no cambia sus visiones por sus versos y el héroe prefiere vivir pasiones y heroísmos, más bien que cantarlos, por más que pudiera hacerlo en tupidas y bravas páginas. Escriben el que no puede obrar y el que no se satisface con la obra.”
José Vasconcelos, Libros que leo sentado y libros que leo de pie.

Es verdad que, cuando en la vida lo que sobra es plenitud, ¿para qué escribir sobre ella? Para qué abundar sobre el amor cuando se lleva una vida amante en todo momento, y el palpitar de la carne y del espíritu es tal que el mismo acto de la escritura es sólo tedio y redundancia, incluso negación del inmenso momento. Me he visto en innumerables ocasiones lanzándome hacia el teclado con tal de escribir sobre una pena del alma o del corazón sólo para extirpar de mí ese cáncer que me carcome y que sólo un verso pudiera expiar, siempre en momentos de tremenda soledad y dolor. Sin embargo, en los grandes momentos de la vida no estoy pensando tengo que escribir esto, por el amor de Dios. ¡Se vive y ya! Quizá en algún momento vuelva el reflujo de la experiencia magnífica, pero mi joven vida no reúne aún los suficientes datos para hacer valer esta aseveración. Aún mi mundo está más poblado de vivos que de muertos y, si bien quisiera traer de nuevo las salvajes mañanas rociadas de rosas y graznidos de cuervos en el jardín de la abuela con el poder de mi pluma, mis abuelos todavía parecen anunciarme en sueños misteriosos que espere, que viva más, que no sea tan soberbio para que la escritura que mane de mí sea humana y universal.
Y es que un héroe ha de vivir no sólo las hazañas de su mente, sino también las de su corazón, de su intestino, su hígado. Y de preferencia, hablar desde el ombligo. En los mejores momentos de un verso, en el acto de escribir, es como si todo estuviera en juego desde ahí y que uno no supiera qué va a ocurrir cuando termine el poema. Quizá el mundo haya dejado de existir para entonces. Ya no importará. El poema estará escrito. Y aunque una visión puede guiar a un héroe por muchos años, los héroes comienzan a extinguirse nomás se deja entrever la inutilidad de sus acciones, como el poeta deja de escribir cuando comienza a desconfiar del poder de sus palabras. Oh, cómo uno quisiera para sí un perpetuo estado de exaltación adolescente, cordura rebosante de delirio, en el que la confianza en el propio poder es casi infinita, capaz de imaginar excursiones colectivas hacia el planeta Urano, antes de ver morir uno a uno a tus amores, tus ideales, tus quimeras. Para refugiarte en las visiones de los ilustres, los bienamados, los ángeles de la cultura que proveen a los tristes mortales de su veraz inspiración. Pues es poco creíble la inspiración de los vivos. No en cambio la de los muertos. Ellos ya no están para cuestionarlos, sobre todo los más antiguos. De ellos no nos queda ni la imagen de sus rostros para saber cómo fueron, si tenían un tic capaz de estremecernos de desconfianza, si les olía mal la boca o tenían podrido un diente. Como están muertos, les creemos. Profetas que no se tomaron la molestia de escribir. ¿No es sorprendente que muchos de ellos no hayan dejado nada escrito? Como si hubieran desdeñado cualquier registro de sus actos, esos maestros vivieron la instantaneidad de la vida sin glorificarla con versos o filosofías. ¿O acaso se sabe que Jesús, Buda, Empédocles, Sócrates, Krishna, o San Francisco tuvieran vocación por escribir sus enseñanzas? Son héroes culturales, fundadores y hasta tenidos por dioses encarnados en la tierra muchos de ellos, pero evitaron la palabra escrita y con mucha razón. ¿Están contenidas en los Evangelios acaso todas las enseñanzas de Jesús? Si fue quien fue, en mi opinión, la parte mínima de sus enseñanzas habrán sido palabras, pero no había video en aquel entonces, y de haberlo, quizá no nos gustarían muchas cosas aparentes de ese dios en la tierra. Así que la muerte corona a sus profetas, pues en vida la mayor parte de ellos fueron tenidos por necios y contrarios a las convenciones de su tiempo y, con tal de cumplir el mandato de lo sublime, no les importó mucho la opinión que pudieran tener de ellos sus coetáneos. Desdeñaban la muerte como desdeñaron la vida, así son esa clase de héroes que son los santos. ¿Habrá todavía héroes, santos y poetas?

*

Existe una voz de la inmortalidad, la victoria más allá de este valle de lágrimas. Quisiera creer que así se canta la victoria de los héroes -los conquistadores del corazón humano, los forjadores de la nobleza en nuestra estirpe. Ellos nos han hablado desde el principio y seguirá esa voz profética resonando siempre que haya caídas o tiniebla en la oscura noche de nuestra confusión. E imploro por ellos, que cierre los ojos, y me hablen, revelen un camino para esta lengua increpante que se esmera en su grosera tozudez por querer expresar más cantos. Palabras frugales para los nuevos héroes. Fruta para las almas que quieran emprender el vuelo, en libertad y en confianza, bajo el amparo de la Diosa, celosa de sus héroes. La hermosa que se sonríe al contemplar los vericuetos alegres, así como las muertes, de sus más queridos. Los llora, los entierra, los hunde en el averno y a veces los corona con nueva luz. Para que la Tierra bendiga a los nuevos hijos, y la conciencia siga su ondear titilante hacia ese destino inefable que acaso llegamos a intuir. Tus profetas, tus poetas, tus cantores, tus hijos, tus peregrinos, Totus Tuus, todos tus amantes.