domingo, 18 de enero de 2009

Santo Patrono de Irinjalakuda

San Sebastian, patrono de Irinjalakuda
Irinjalajuda, 8 de enero, 2009.
Hoy entré a dos casas de diferentes artistas. El administrador del hotel, Mohandas, me había dicho que su compadre era un gran actor de Katha Kali y que debería conocerlo para que lo presente en México. Así que a una hora acordada, él mismo me trepó a su motocicleta y en cinco minutos ya estábamos en su casa, poco antes de que diera clase a su sobrino y a otra niña. Dicho artista se llama Gopi. No habla inglés, así que entre él y el abuelo de la niña, el dueño del hotel donde me hospedo, nos dimos a medio entender. Hizo una sesión completa de fotografías con todos los mudras y las nueve emociones del abhinaya. Se los comparto oportunamente. Ver galería de la semana 2. Fue muy amable, y me invitó a ver una función de Katha Kali para el día de mañana, así que pienso ir… y perderme la función de Kutyattam donde actúa mi nuevo ídolo Suraj Nambiar. Ni modo. Fue eso: sesión de fotografías y ligera entrevista. A cambio, me pidió que le de un disco con las fotos y que le consiga una presentación en México (como si hubiera tantas personas que mueren por ver Katha Kali en nuestro país). Les dije que haría todo lo posible.
GOPI MOSTRANDO 8 DE LAS 9 EMOCIONES BÁSICAS DE ABHINAYA(ACTUACIÓN)
5 DE LOS 24 MUDRAS
Después, Mohandas, que resultó un excelente promotor cultural de su ciudad, me llevó a casa de Krishnakumar, el único joven que hace Mohiniyattam en Kerala (ya no es el único, ya llegó Emmanuel). Y fui increíblemente bien recibido por su papá, con el cabello pintado y con tremenda vanidad. Mohandas me dijo en voz quedita que había sido Mr. Kerala en tiempos de juventud y campeón luchador, que era vegetariano y que era legendario su vigor. Pues el propio Mr. Kerala fue quien rompió en halagos por su hijo y él mismo me proporcionó la foto del estrellato de Krishnakumar, vestido de Mohini, modoso, con sus olanes y su maquillaje de mujer.
Ya le dije a Emmanuel que para esto NO se le becó, que de ninguna manera queremos que regrese así a Cuernavaca. Y aunque Krishnakumar haya derrotado a todas las jovencitas de su estado natal para ser SELECCIONADO como artista nacional en MUMBAI (todo lo más importante sucede ahí, es el Hollywood y el Nueva York combinado de la India), ante más de doscientos extranjeros, no permitiremos que nuestro bailarín termine siendo toda una mohini. Entonces aparece el modoso Krishnakumar, tan amable y generoso. Me enterneció, de verdad, lo mismo que su papá y su mamá. Me dijeron que tenían un linaje de 14 generaciones de ser músicos sagrados de los templos, y me presentaron las deidades familiares, comenzando por Shiva en calidad de patrono de la danza. Un delicioso chai en su presencia. Les tomé fotos, platiqué un poco con ellos, les canté una canción cubana, y luego me despedí. En la noche vi una larguísima obra de Kutyattam. Llegué a la posada Woodlands rendido.

Irinjalakuda, 9 de enero, 2009.
La cultura de Kerala es rica, como se podrán dar cuenta en mis descripciones. Quisiera tener un poco más acceso a información en inglés, pero es realmente difícil darse a entender en este lugar. Muy poca gente medio habla el inglés, lo cual dificulta mucho viajar y explayarse. Pero bien… a ojo de buen cubero les puedo decir que la comida es muy variada. Sólo en cuestión de repostería hay una tremenda variedad de dulces, muchos de ellos a base de leche, nueces, camote, dátiles. Son muy agradables de vista las tiendas donde los venden y a decir por la variedad de ellos y la cantidad de tiendas, el arte de la comida es algo sumamente preciado aquí. Lo mismo puede decirse de sus platillos. A mí en lo personal me encanta acompañar los platillos con Porota (una especie de tortilla de harina pero que tiene aspecto de queso Oaxaca aplanado). Tras la función de Kutyattam de ayer (duró 3 horas y media… y yo a la mitad de la misma ya estaba desesperado por salir), invité a Emmanuel a merendar pescado. Y es que aquí sí es recomendable comerlo (me han dicho que en Delhi lo evite), así que decidí no perder tiempo y ayudarle a mi amigo con algo de proteínas, pues como prisionero en casa de Nirmala no hay probado nada de carne desde que llegó. Era barbecue fish, asado al carbón y marinado con una especie de curry picante. Qué les puedo decir… ¡delicioso! Con una salsita parecida a la de chile ancho de nosotros, aceitosa… y con la porota y nuestra Mirinda, hasta nos sentimos en México. Nos dimos vuelo anoche. En la tarde comí un especie de arroz amarillo con pollo que le daba un aire a una especie de paella. Tenía algunas nueces de la India (cashews) y pasas, y se le acompaña con cebollita a la vinagreta que recuerda un poco al aderezo de la cochinita pibil. Devoré la cazuela entera. He dejado propinas, como buen mexicano, y la gente queda más que contenta, ya que aquí no se acostumbra. Y me gusta que me traten bien. Otros platillos que he comido es la Masala Doce, que es como una especie de crepa con un guisado de papa al curry y que se le agregan salsas picantes de cacahuate. Yo había creído que la nuez de la india en realidad venía de Brasil (cajú, se le conoce ahí), pero lo empiezo a dudar. Por la cantidad de nueces que uno ve en tantos expendios, uno pensaría que de aquí salió la famosa nuez. Habré de investigar más adelante. En Brasil es muy extendido su cultivo, y es doble su utilización ya que es un fruto parecido al mango de sabor muy agradable de cuyo extremo inferior cuelga una sola nuez. Por lo que se utiliza el jugo del fruto y también la nuez, siendo extensas las plantaciones de este árbol en la región de Pará en Brasil. Aquí también son caras, relativamente, el kilo de ellas cuesta 400 rupias, unos 120 pesos más o menos. En cuanto a bebidas, no he probado ninguna alcohólica. Leí que Kerala tiene uno de los niveles más altos de alcoholismo en India. Sí me he topado con algunos borrachos, pero no se vende alcohol en las tiendas. Así que me conformo con mi agua embotellada y mi chaia que el té con leche, del cual me hecho casi tan adicto como lo era con el café.
Seguiré hablando de placeres… Por recomendación de las chicas extranjeras, decidí regalarme un masaje ayurvédico, una vez que les hube platicado que llevaba varios días sin dormir bien y que seguía con torzones a raíz del fatigoso viaje aéreo. El Ayur Veda es todo un sistema medicinal que es común en esta región de India, que incluye factores como dieta, ejercicios (yoga), masajes, aceites y prescripción de medicinas naturales de acuerdo a tu tipo de cuerpo. Hay tres tipos de cuerpo básicos: bata, pita, y capa. A mí me dijeron que soy Pita, ya lo sabía de antemano pues es bien sabido que soy una especie de lapita. Los Pita tendemos a ser mundanos, de cuerpos fuertes (según) y tienden a desarrollar músculo. Sería un poco vano y tonto tratar de describirles todo este sistema medicinal que ha sido desarrollado durante siglos en esta región. Por lo que me atendré a describirles el exquisito masaje que recibí. Como está mal visto que las mujeres toquen a los hombres y viceversa, este masaje me fue proporcionado por dos jóvenes en un hospital ayurvédico. Tan solo en Irinjalakuda hay varios de esos lugares públicos y privados, donde se atienden todo tipo de dolencias, enfermedades y padecimientos. Fue una experiencia de tan solo una hora, pero yo sentí que había durado tres, de tan placentero que fue. Me quité toda la ropa y quedé en un minúsculo taparrabo hecho de gaza, así salvaguardé el poco pudor que a veces llego a tener. Comenzaron por la cabeza con una fricción prolongada por todos los centros nerviosos. Este masaje no tiene nada de presión, como el que practica Claudio (por ejemplo), sino de fricción linfática, vigoroso, con aceites medicinales, que tanto me vertieron que si salía al sol me hubiera freído ipsofacto. Todo el cuerpo, de la cabeza a los pies (tan sólo excluyendo las nobles partes) es masajeado de esta manera: los deditos, los brazos, las piernas, los muslos, etc., etc., etc. Cuatro manos vigorosas, haciendo circular la energía, dando golpecitos que sonaban muy chistoso en el cuerpo… Cuando menos me di cuenta ya había entrado de pronto en el estado del Gran Bebé, y mi cuerpo –cubierto de aceites aromáticos y medicinales vibraba de algarabía y gozo. Hasta había olvidado ya las batallas campales con las hormigas (anoche hubo una represalia de parte de ellas), y las desveladas con el Kutyattam y mis diarios. Mi relajación era tal, que sólo me faltaba decir agugu tata. Los médicos me diagnosticaron excelente salud. Me dijeron que qué hacía, que estaba muy bien de salud. Y yo les dije que Tai Chi. Me felicitaron y me dijeron que no necesitaba ningún tratamiento, que mi salud era excelente. Lo cual me hizo sentir aún mejor. Luego me hicieron tomar un baño de agua caliente (con dos cubetas y una palangana, por supuesto), y al salir me hicieron una presión en el Tercer Ojo y en la coronilla con unas palabras mágicas, supongo.

Mala, Kerala, 9 de enero, 2009
Templo de Iranikulam (una parte del complejo)
A las afueras del templo de Iranikulam (www.iranikulamtemple.com) bebo el té con Gopi y toda la tropa de Kahtakali. Estamos a seis kilómetros de la villa de Mala, en un templo cuya historia (según el vicepresidente del lugar) se remonta a casi 5000 años de antigüedad. Nadie habla inglés entre toda la troupee de artistas, todos provenientes de Kalanilayam, escuela de Katha Kali oriunda de Irinjalakuda. Es un poco raro estar con todos ellos silenciosamente, tras compartir casi una hora dando tumbos en un guajolotero cuidando que los sombreros de plata de Katha Kali (valuados en casi 1000 dólares cada uno) no le den a uno en la cabeza por tanto zarandeo.. El camino está salpicado de iglesias católicas, con profusas imágenes de santos, así como escuelas y conventos. Los hindús son muy respetuosos en general de las otras religiones, al menos en esta región.
Antes, en casa del suegro de Gopi esperamos una hora a que el camión pasara. Al parecer, la compañía abastecedora de gas y gasolina se dispuso a declarar huelga, por lo que muchos camiones dejaron de trabajar hoy. Esto me hace ser más previsor para el domingo, y salir lo antes posible rumbo a Kochi, no vaya a ser que pierda mi avión.
El calor es sofocante a estas horas, y sólo se apetece una siesta. Observo a los hombres comer bajo una lona ante unas mesas largas de metal que sirven de comedero común. Hace mucho calor. Las moscas juegan a las escondidas entre mis pies y mis tobillos. Me relajo profundamente. Nada me molesta. Ni siquiera eso. Vi por el camino de Irinjalakuda a Mala plantaciones de coco y platanales (Musa paradisiaca, nombre de la especie) al lado de ríos que serpentean entre campos pantanosos. También he visto murciélagos y cuervos gigantescos. No he visto un solo caballo, tampoco cerdos, y muy pocos cebúes. Casi no hay ganado. Casi todos los hombres usan solo bigote. Los que llevan barba es que seguramente están ayunando y han renunciado a los placeres mundanos y a las relaciones sexuales para poder estar puros y peregrinar hacia el templo de Ayeppa, en el interior de la selva, donde su imagen milagrosa se encuentra. Esta peregrinación se lleva a cabo a finales del mes de enero. Los hombres tienen barbas espesas, hirsutas y muy negras, su piel llega a tener un tinte violáceo y los ojos son muy expresivos. Los infantes son especialmente hermosos, también los jóvenes. Tienen ojos tan grandes como los pintas en las estampitas devocionales, y escuché de manera informal hace unos días decir a G. Venu, que en un principio pensó que Tomoe (la japonesa del Kutyattam) no iba a ser buena en ese arte porque las orientales tienen ojos pequeños. Así que por selección natural estos pueblos han desarrollado una genética especial que les da ojos grandes y expresivos, pestañas rizadas y hermosas sonrisas. Cuando crecen se vuelven peludos (les salen pelos hasta en la espalda y se ponen barrigones), y de viejos son feos y un tanto malencarados. La brisa se pasea por estos lugares como queriendo saludar a esta tropa de actores sagrados.
Pienso en que la lengua es la verdadera patria, y la falta de lenguaje la mayor barrera para intentar cualquier profundización de carácter personal. Con estos hombres, padezco la barrera. Me gusta como sonríen y me aceptan a mí, el extranjero. Hace un rato, algunos de ellos me invitaron a ver un elefante. También esta bestia me dio la bienvenida: en cuanto me vio, desplegó tremendo falo de aspecto huesudo que casi parecía una quinta pata. Comía plácidamente ramas de coco encadenado a un poste mientras su dueño lo cuidaba. Éste me pidió que me sentara a contemplar al elefante. Bromeamos sobre su lingam. Así que me quedé sentado hasta que pasó su excitación y replegó su miembro como acordeón hasta casi desaparecer, después de dejar un enorme charco bajo sus pies. ¡Y yo que habían pensado que me quería…! Fue un agradable espectáculo de la naturaleza.
El niño-divo se maquilla. A este niño le fascinaba posar.
Siempre había querido tener la oportunidad de ver el largo proceso del maquillaje en Katha Kali y ahora se los voy a compartir. Es maravillosa la apertura y naturalidad con la que la gente se acerca, platica, y también te acepta. Esto es fácilmente comprensible en un lugar en el que las casas y puertas están abiertas, y no hay miedo a que le roben a uno. Conforme voy retratando el maquillaje de los hombres antes de la función, estos van tomando las personalidad que van a representar. Al parecer es muy placentero el proceso, pues son felices de que les estén embadurnando la cara y les hagan esos anillos de papel que colocan en la barba para que se vean más imponentes. Algunos se duermen en el proceso. Los que hacen personajes femeninos son casi mujeres de tan afeminados y posan con miradas sumisas y recatadas cuando los fotografío. El malo de la obra, en cambio, me mira con resquemor.
Me duelen las plantas de los pies de tantas astillas que se les han enterrado al andar descalzo entre tantas varas y ramitas. Los hombres que quieran entrar al templo deben hacer abluciones en un estanque enorme y rectangular que está a las afueras de él. Algunos solo se lavan los pies. El ritual del maquillaje trae un remanso de paz, y en general no son ruidosos. Al fondo, en los altavoces del templo, a todo volumen, ponen canciones sagradas interpretadas por voces femeninas y súper-agudas que realizan prodigiosas florituras a las que ya me he acostumbrado. Con decirles, que más tarde, cuando les dije que era cantante y me pidieron una canción, entoné un fragmento de la Peregrina con garigoleos orientales que no le vinieron del todo mal a la canción.
Aquí he fotografiado ampliamente, me he tomado mi tiempo… leído capítulos enteros del Mono Gramático mientras veo cómo se preparan. [Es un genio Paz, tiene imágenes memorables, como la comparación de un rosal con un cangrejo vegetal. En una de las fotos que incluye su libro, un paisaje de la ciudad en ruinas de Galta, se lee en una pared en hindi la palabra kavita, poesía. De seguro lo habrá reconocido Paz. Si no, qué asombrosa coincidencia]. En el templo la separación de los sexos continúa. Los hombres por un lado, las mujeres por el otro. Algunas de ellas realizan una bella danza circular con forma de estrella para atraer la abundancia y la salud. Son las fiestas de este templo, duran muchos días, y durante los mismos viene mucha gente de las comunidades vecinas a este gigantesco complejo ceremonial. Me dijeron que hace unos días hubo una marcha de elefantes y que también se encendieron más de cien mil velitas durante una festividad. Las palmeras, la luna casi llena, el templo… le daban un carácter atemporal a este encuentro que de no ser por tantos teléfonos celulares y por el juego de lucecitas en algunas partes, hubiera creído que es algo sucedido siglos atrás.
Tras bambalinas en el Katha Kali
Después comenzó la función de Katha Kali. Me he vuelto exquisito. Me gusta mucho más el Kutyattam. Sé que lo que tenía ante mis ojos era el Teatro popular, y la gente lo miraba con gusto, lo entendía (a mí me costaba mucho trabajo, y una vez más hubo un momento en que comencé a cabecear y alucino que estoy en casa, o en Chichén Itzá). Se pasean, bailan, hacen gritos, gesticulan, fingen que pelean, se bajan a donde está el público… si no supiera que es sagrado pensaría que es algo clownesco, excepto que nadie ríe, y todos están muy atentos. ¡Ahh, qué ganas de dormir! Como no había comido más que una porota en todo el día, ya tenía un poco de hambre…. De pronto, antes de terminar, mi amigo Gopi me invitó a salir, lo acompañé y fuimos al comedero. En la tarde me dio un poco de desconfianza comer ahí. En la noche me valió un comino y ahí me tienen… empacando a lo lindo con mis deditos batidos tras haberle quitado el polvo a mi plato de hoja de plátano. (Pienso que los desechables de Kerala son muy ecológicos: biodegradables, 100% naturales, y muy prácticos. Los recomiendo ampliamente). Me sirvieron doble arroz, yo ya no podía, y ni modo, Gopi me tuvo que esperar.
Pensé que tardarían mucho en empacar sus cosas, etc. Para nada, en un santiamén ya no tenían maquillaje, ya estaban de civiles nuevamente, ya habían guardado sus cosas y estábamos montados en el camión. Era casi medianoche, el camión iba volando literalmente por las estrechas calles a sabiendas de que no encontraría otro carro, vaca, o ser humano que se le atravesase. Era pavoroso, y en los puentes sobre los pantanos, pensaba en las pesadillas que hemos tenido de que caemos en un vehículo y nos ahogamos... qué poético, bajo una luna llena como de cuenta, en tierras que fueron descritas quizás en Las Mil y una Noches como las de la princesa Budur que podrían haber sucedido aquí.
Finalmente llegamos. Irinjalakuda dormía. Por ahí caminaba entre sus simpáticos anuncios de mujeres enjoyadas, bardas con versiones bollywoodianas del Che Guevara (¡!) y un cielo despejado de estrellas, con nubes ralas y sombras de cocoteros.
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Sábado 10 de enero de 2009, Irinjalakuda

Visité a Emmanuel para raptarlo e irnos juntos a la playa. Me habían dado las indicaciones de cómo llegar. Tomamos un guajolotero al pueblo de Perindajan, casi treinta minutos de viaje, y al llegar ahí una riksha al mar. 50 rupias todo el trayecto. Saludamos brevemente el Océano Índico, y al ver que era mar abierto y había una bandera roja, decidimos no buscarle ruido al chicharrón. Sólo una visión fugaz bajo un sol ardiente. Se veía mucha corriente y no había gente a nuestro alrededor. Emmanuel y yo creíamos que íbamos a encontrar lugares como en cualquier costa del Pacífico Mexicano, donde uno puede encontrar pescado, cervezas, y hasta camarones. Nanais. No había nada. Me habían recomendado un lugar donde servían pescado y toddy una bebida. Un joven se ofreció a llevarnos. Nos dejó en una casucha de aspecto sombrío que en realidad era una cantina infestada por hombres de ojos vidriosos y mal aliento. El joven nos cobró 150 rupias por un recorrido de cuando mucho un kilómetro. Nos vio la cara de turistas, de extranjeros y de p… Cuando le reclamé, él me dijo que no era riksha, era carro y modelo Ambassador. Como nos chingó esas rupias (disculpen el mexicanismo, no encuentro otra forma de descubrir su abuso) me vengaré describiendo su orgulloso carro Ambassador: Todo blanco, era como de mafioso de Macao de los años sesenta. El techo adornado con un peluche protector con cuatro corazones en las esquinas y espadas de baraja (por eso pensé en Macao). Había peluche también en todo el frente del carro, negro, al parecer muy elegante, y dos estampitas milagrosas colgaban de él hipnóticamente. Un modelo clásico, el primer “Ambassador, Indian Car”. Para no rabiar de más nos metimos al antrillo aquel y nos chingamos cada quien un vasito de toddy. Sabía a pulque. Fue rápido, como ver el mar, que disfrutamos de esa bebida que provoca alegría, antes de vernos de dichos hombres afables, deseosos de una conversación. Pagamos rápido, rápido encontramos una riksha, y rápido ya estábamos de regreso en Irinjalakuda, todavía bajo los efectos del Toddy, a donde fuimos a refugiarnos en un internet antes de hacer algo de tiempo para la comida. Después fuimos a un restaurant donde servían arroz con pollo (le he presentado ya varios lugares para su repertorio futuro) y al terminar cada uno fue a sus respectivos aposentos a descansar.
Interior del AMBASSADOR

Viaje Kochi – Delhi, 11 de enero de 2009
Me dirijo a Delhi, con un poco de tristeza de haber dejado Kerala atrás, con todas las bellas experiencias que viví, en ese ambiente tan cálido (geográficamente y humanamente hablando). Veo ante mis ojos y pr arriba los Ghats occidentales, esos remanentes de selva que aún son refugio de fauna y flora excepcional. A mi lado, una pareja de moscovitas intenta leer. Platicamos un poco de nuestros países antes de que despegara el avión. Me consuela un poco el frío que voy a sentir en Delhi cuando pienso que ellos regresan a Moscú. Ellos tuvieron un viaje de yoga. Yo de Kutyattam.

ACTUACIÓN DE KOOTHU Ammanur Rajneesh
La última función a la que asistí de este maravilloso arte, fue especialmente hermosa, y no tan cansada. Fue una función doble: primeramente una actriz interpretó Koothu, el arte dramático femenino, equivalente al Kutyattam. Se veía tan hermosa, grácil, bella, con su vestido y sus adornos dorados. Luego fue el Kutyattam, en la cual un niño como de doce años interpretó a Ravana. Me gustaron bastante, y esta vez no me aburrí demasiado. Sólo fueron molestos los mosquitos que me devoraron durante la función entera. Una vez concluida ésta, me despedí de la mayor parte de las personas que conocí, especialmente de Nirmala y Venu G, quienes me desearon muy buen viaje, y me pidieron una carta para Emmanuel para efectos legales en los cuales funja casi como padre de él durante su estancia, pues para ellos es muy importante si necesitan hacer trámites, etc. Luego, invité a Emmanuel un pescadito en el mismo lugar al que habíamos ido hacía dos noches y comimos de lo lindo. Platicamos como no queriendo despedirnos, y luego terminamos marchando por las calles de Irinjalakuda al ritmo de una procesión cristiana que tenía una fiesta importante en estos días. Toda la avenida principal estaba envuelta en la fiesta y la algarabía, y nos sorprendió ver un carrito lleno de luces paseando al santo principal de la devoción de este lugar: San Sebastián. Es fantástico cómo ponen a lo largo de la calle “flechas” de papel en loor al santo y lo pasean con una procesión autóctona de tambores mientras los hombres bailan de alegría, abrazándose entre sí con una avidez que es difícil de concebir para nosotros en Latinoamérica. Tal vez sea que el contacto hombre-mujer les esté tan vedado, pero todos, sin excepción, van abrazados, agarrados de la mano, bailan juntos, saltan y chocan sus cuerpos, y muchos de ellos beben alcohol. No por nada, el santo patrono de todo Kerala es San Sebastián…

CULTO A SAN SEBASTIÁN PASTEL ARQUITECTONICO: IGLESIA DE IRINJALAKUDA
Hace unos días, platicando los extranjeros en casa de Nirmala durante una merienda, las japonesas decían que en Corea la gente bebía mucho. Yo me reía y les dije que en todos los países católicos la gente bebe más: Latinoamérica, España, Filipinas, Corea…. Aquí, en esta comunidad cristiana, no era la excepción. Muchos hombres estaban borrachos. Cuando me preguntaron a qué se debía esta permisividad, sin dudarlo les contesté que el primer milagro de Jesucristo fue convertir agua en vino… ¡qué se le puede hacer! Y bien, las mujeres en los extremos de la calle, recatadas, con sus paraguas. En un momento, varios hombres me jalaron a bailar con ellos –literalmente, me obligaron a ello- y ahí me tienen: brincoteando con ellos a la manera indiana de sentir alegría. No tiene nada de cachondo, como nosotros o los brasileños. Su manera de expresar felicidad es saltar y extender los brazos gritando Hu! Hu! Hu! Hu! a destiempo del ritmo de los tambores, y unos a otros se saltan encima, se abrazan, se palmotean torpemente… lo que es no tener oportunidad de contacto con las mujeres. Un chaparrito de ojos chispeantes no más no me soltaba. Emmanuel aprovechó la ocasión y sacó imágenes comprometedoras, lo cual es su costumbre (recordemos aquellas fotos de Jorge…). Un hombre vino en mi ayuda y a los pocos minutos ya caminábamos fuera de la procesión Emmanuel y yo tratando de evitar los cuetes callejeros y tantos buscapiés, que hubiera creído que Irinjalakuda estaba siendo bombardeada de tantas explosiones, y tanta exageración en el cueterío. Les aseguro que nosotros los mexicanos nos quedamos cortos. De pronto llegó el momento de la separación: Emmanuel y yo nos dimos un gran abrazo, sin muchos miramientos, porque a partir de ese momento ya no estaríamos cerca. ¡Qué duro para él! Si yo, un poco más curtidito, sentía el peso de la saudade… Fuimos muy buenos camaradas y convivimos en mucha armonía. ¡Adiós, amigo!
Entré brevemente al hotel, sólo para dejar mis cosas. Quería tener un último atisbo de Irinjalakuda: me intrigaba conocer la iglesia y los usos y costumbres de una comunidad católica en este lugar. Fue una decisión correcta: al poco tiempo ahí estaba yo, viendo cómo estos nuevos católicos han hecho su propio sincretismo, y cómo la influencia de los misioneros se ha manifestado en su arte popular. Algo que me sorprendió fue una especie de tambora y trompetas de viento que hubiera pensado que era casi mexicana o española. No son instrumentos con mucho arraigo en esta región. Los cocineros y mozos del hotel donde me hospedo me reconocieron y rodearon y a los pocos minutos iba por la calle agarrado de las manos como en perpetuo padre-nuestro hasta entrar al templo. Por más que me quería zafar, los jóvenes no me soltaban. Me sentía un poco incómodo, a pesar de mi natural kinestesia, y finalmente acepté que así son las cosas en este lugar y ¡oh my god!... así entramos a la Iglesia. Aquí también se quitan los zapatos para entrar al templo, y mucha gente ora en flor de loto frente a las imágenes milagrosas. Por lo demás todo parecía una feria como las que conocemos en México: venta de milagritos, estampitas, algodones de azúcar, fritangas, tamboras con gente saltando alrededor (hombres solamente) y muchos foquitos. Toda la iglesia tapizada de foquitos que se prendían y apagaban en mil colores y luciendo formas espiraladas. Lo que más me disgustó fue el comercio de la santa iglesia católica y apostólica con los más pobres e ignorantes. Ahí tienen a la gente haciendo filas para pagar 20 rupias para pasar con unas flechitas doradas en una canastita que la gente presente a un ídolo de San Sebastián, toca sus pies y alguna flecha, hace una reverencia, y piensa que este ídolo los va a ayudar. Eran decenas de personas, todas pobres y miserables, haciendo esta ridícula procesión y los capellanes cobre que cobre en este fomento de una nueva idolatría. Mejor su religión, con toda su rica mitología y sus ídolos antiguos de miles de años, que estas nuevas deificaciones de santos aputarrados y el exceso del alcohol. En el templo hindú, la noche anterior, todo tenía una atmósfera diferente, más sagrada, más consciente: los hombres y las mujeres tenían que entrar puros al templo. No juzgo, pero esto observo: La riqueza de la iglesia, en perpetua construcción, sólo era equiparable a la casa del obispo –inmensa, opulenta, pretenciosa e inaccesible-, con sendo letrero: The Bishop House. Mis pobres amiguitos, entre ellos dos jóvenes migrantes de Kolkata, no me permitieron pagar nada: me invitaron una soda, me pagaron mi flechita para honrar al santo, y se turnaban entre sí (eran como seis) para llevarme de la mano de regreso al hotel. Me enternecieron, de verdad. Rostros pasajeros que se disuelven en mi memoria, tacto de manos jóvenes y callosas de tanto fregar pisos y lavar platos sosteniendo las mías de príncipe, también diciéndonos adiós. Tratando de decirles con mi energía Que Dios te bendiga, te cuide, te acompañe; Que tu corazón siga limpio y fácil para hacer amigos; Que haya perpetua luz en tu corazón. En la calle sucia de papeles quemados y azufrosa, frente a la puerta de la posada Woodlands, la casta volvió a tomar lugar: Yo subí por una puerta reservada a los turistas, ellos entraron a una especie de madriguera donde viven hacinados en condiciones que me cuesta trabajo imaginar.
Mis amigos en la iglesia de irinjalakuda
En Kerala todavía hasta hace tres generaciones se vivía el sistema de castas más rígido de toda India. Al parecer los de la casta más baja eran realmente intocables, tenían que caminar por calles diferentes a las principales y si veían a a alguien de la casta superior, tenían que anunciar su presencia a gritos metros antes para anunciar su proximidad. Los brahmines evitaban hasta el aire de los intocables. Y aquí estaba yo, con mis amigos intocables. Me fue difícil comprender tanta segregación de los sexos, a pesar de que se considera a Kerala el estado que tiene la menor disparidad de oportunidades entre hombres y mujeres. Pero parece como si vivieran mundos aparte, exclusivos. Y es necesario evitar cualquier contacto con las mujeres porque se sienten intimidadas con la mera presencia de uno. Siempre van acompañadas, y como es probable que la persona con la que están sea la hermana del marido, o su prima, o su suegra… pues es imposible intentar si quiera una sonrisa, un guiño, una palabra amable, no se diga una conversación. Creo que lo que más platiqué con una mujer de Kerala fue con Nirmala, y esta plática fue estrictamente formal y operativa, y acaso duró 10 minutos. ¡Qué bueno que había mujeres extranjeras! A las que por cierto no decían nada si platicaban con uno. Aceptan que son extranjeras y punto. En ese sentido, son muy tolerantes. Era casi la una de la mañana. Me llevó una hora acomodar todas mis cosas. Y al terminar, quedé rendido, para dormir escasas tres horas, pues el taxi en el que me iba a ir llegaba a las cinco de la mañana.
Este taxi fue invitación de una pareja mixta –él inglés, ella japonesa, la violinista- que también iban a volar, pero más temprano, en un vuelo hacia Tokyo. Y decidí pegármeles para poder conocer la ciudad de Cochin. Así que el viaje al aeropuerto fue corto platicando con el inglés, un trotamundos de mirada misteriosa y aspecto de espía (supuestamente trabaja para la UNESCO) que había vivido 3 años en…¡Paraguay!... durante los tiempos de Stroessner. Muy sospechoso, el hombre, con un sentido del humor ácido, muy inglés, con finos dejos de ironía y sarcasmo. No me dejaron pagar. Gozaron de mi conversación, y en general la gente se asombra de que sepa tanto de sus países. De algo me ha servido tanto amor a la geografía, historia y humanidades, si bien a veces pienso que mi conocimiento es un tanto superficial. Uno siempre quiere escarbar más y más. En el aeropuerto dejé mis maletas debidamente cerradas y tan sólo con mi morralito emprendí una mini-odisea de última hora para conocer el máximo atractivo de esta próspera ciudad porteña: Fort Cochin.

FORT COCHIN ERNAKULAM
Fort Cochin es el viejo puerto que alguna vez se convirtió en el primer bastión europeo en India. De hecho, aquí se encuentra la primera iglesia europea, la iglesia de San Francisco, que anuncian con bombos y platillos en los libros turísticos. Del aeropuerto a este lugar uno tiene que atravesar al menos 3 ciudades periféricas que rodean al puerto, la más grande de ellas Ernakulam, de más de un millón de habitantes. En conjunto, Kochi, como le llaman a la metrópolis que las agrupa ha de tener unos 2 millones y medio de habitantes. Por todas partes bulle la construcción, salpicada de enormes espectaculares de mujeres hermosas enjoyadas en oro, todas hermosas, ricamente ataviadas, y también las imposibles imágenes soñadas de los nuevos rascacielos que se levantan por todas partes: como si fuera un Miami Beach indio en medio de una jungla de felicidad. Contrastan las imágenes del futuro progreso imaginado de departamentos en rascacielos con la realidad que uno observa: ríos contaminados, pilas de basura por todas partes, y la pobreza típica de las metrópolis, que es diferente a la que uno observa en las zonas rurales. Muchísimo mejor vivir en esas bellas casas sencillas en los campos de los pueblos del distrito de Thrissur que vivir entre ratas y desperdicios, aceras con olor a excremento humano. Sorprende ver de pronto carteles con el Che Guevara junto al de esa opulencia dorada: las gargantillas que anuncian, recargadas de diamantes, han de valer algunas cientos de miles de dólares. Idílicos condominios que apenas se han estrenado con nombres como Sahara con tendederos en los balcones… cuando llegué a Fort Cochin, la vieja ciudad donde murió Vasco Da Gama (el explorador que descubrió el Cabo de la Buena Esperanza y la ruta del Índico), me sentí un poco decepcionado. Ahí el virus del turismo se percibe en el trato de la gente que te mira con codicia, te ofrece mariguana, te cobra más de la cuenta.[Hago una pausa… una luna llena hermosa, emerge en la vastedad del cielo, la contemplo desde la ventanilla del avión…]. Cuando llegué al máximo atractivo turístico y vi la famosa iglesia me decepcioné: una construcción tan sencilla, que cualquiera de nuestros templos que los españoles levantaron en nuestra tierra en el mismo siglo es cientos de veces más espectactular. Nada memorable, de hecho, sin ningún chiste. Alrededor viejas casas, cafés para europeos y americanos que son enclaves de refugio para no acercarse más a la verdadera India, que está tan solo unas calles a la distancia… Me da gusto que no haya perdido mi tiempo en este lugar y que haya tenido la intuición de que no encontraría prístinas playas ni nada parecido. Yo mismo entré a uno de esos enclaves, me tomé un desayuno estilo gringo, con huevos y pan tostado con mantequilla y mermelada, y rápidamente emprendí el regreso, pero esta vez vía el ferry, que es mucho más directo y atraviesa directamente de Fort Kochi a Ernakulam sin tener que rodear toda la bahía. Desde el ferry se aparece la skyline de Ernakulam con un aire de pretenciosa grandeza tras sus rascacielos vidriosos y chaparros. Caminé por sus calles bulliciosas, incluso en domingo, que la mayoría de sus locales están cerrados, y cuando me cansé de ver la monotonía del comercio que es igual en cualquier parte del mundo, tomé oportunamente un camión a la estación de Alúa, la siguiente ciudad periférica, donde me metí a una barbería a lavarme el cabello pegajoso aún de los aceites del masaje ayurvédico y del polvo de tantos días, me rasuré para estar presentable hoy que llegue al Instituto, y muy a tiempo me encontré en el aeropuerto, con mis cosas listas y tiempo para pensar, extrañar a mis seres queridos, en especial mi amada esposa, doloroso de no poder escribirle un buenos días porque el Internet estaba cerrado. De lo único que me arrepiento de no haber conocido y que estuve bastante cerca es de visitar a la famosa gurú que le dicen la Mamá que abraza, cuyo ashram no está lejos de Cochin, rumbo al sur, y de quien dicen que tiene un abrazo que remite al amor universal. A ella llegan miles de peregrinos de todas partes del mundo, y ella simplemente los abraza, dejándoles en sus corazones una sensación de paz sobrenatural. En su ashram mucha gente se cura con medicina ayurvédica y uno puede quedarse días a meditar en ese lugar que es un remanso de paz y al que se llega en barcas que se internan en las lagunas costeras de Kerala. Pero esto lo supe demasiado tarde, y a mí me curó ver el Kutyattam. Me quedó con el sonido metálico de sus mizhavus, percusiones sagradas, y las exquisitas e incomprensibles (para mí) historias que presencié en el Gurukulam de Natanakairali con los actores y bailarines que Nirmala y Venu G han formado, linaje que se remonta siglos atrás de tradición. Excelente decisión haber conocido Irinjalakuda y el carácter de esa específica región semi-rural del distrito de Thrissur.
*
Finalmente llegué a Delhi. Para los indios no existe Nueva Delhi. Es Delhi y punto. Desde el cielo nocturno, antes de aterrizar, me causaba atracción y repulsión a la vez, como toda gran ciudad. Su famosa bruma le daba un aspecto fantasmagórico, frío, muy diferente de la jungla de Kerala. Al bajar del avión sentí el ramalazo helado de su clima, volví a percibir su olor de sartén quemado. Para no sentir tristeza, rápidamente desenvainé una paleta de caramelo sabor chamoy que traje de México para momentos como este. Fijación oral resuelta, retorno a una teta sucedánea. Finalmente recogí el equipaje y en menos de diez minutos ya estaba montado en una azarosa riksha con el frente frío siberiano de frente y rumbo al IIMC. El chofer no hablaba inglés ni conocía la ciudad. Fue un maratón darnos a entender, me quiso ver la cara, me cobró de más… y ya no quise hacer ningún pancho, sólo quería llegar. De par en par se abrieron las puertas como si estuviera habituado a venir aquí, y mi recámara… tal como la había dejado. ¡Aún no tengo compañero! Sin cantar victoria y alegre por mi intimidad dejé mis cosas, salí a comprar provisiones… y aquí estoy, de regreso, en lo que será mi refugio (jamás será mi hogar, éste está en el corazón de mi amada Érika), titiritando de frío y disfrutando de un momento de soledad… en compañía de ustedes, comunicación a destiempo, pero completamente real.

domingo, 4 de enero de 2009

Diario de India, Semana 1a


2 de enero, 2009. Viaje a Kochi

Emmanuel duerme a mi izquierda y un señor bigotón a mi derecha. Estoy en el avión, disfrutando de un teclado que puede escribir acentos y eñes. Minuto a minuto me empiezo a habituar a los sonidos, olores y sensaciones que me produce ser testigo de momentos habituales en la vida de un país. Emmanuel y yo fuimos a la Embajada de México antes de este vuelo para registrarnos. El edificio es tan sencillo como el de la representación de India en México, quizás hasta más pequeño. Por fuera parecería una casa. Ahí nos recibieron con alegría (claro, las mariposas tienen mucho que ver) y para comprobar que fuéramos mexicanos, de broma nos pidieron que cantáramos el himno nacional. Llegó en esos momentos un ente extraño de nombre Israel, que estudia la tabla en Varanasi, y nos caímos muy bien de entrada. Conocía a Alexei y a Hollving (los sitaristas que se han presentado en eventos del Dragón), y dice que lleva dos años ahí viviendo. Como pienso ir a Varanasi, me dejó su dirección y me dijo que cuando vaya prepararía unas enchiladas. Me parece excelente. Aunque no han sido más que dos días, la sola idea de estar unos meses fuera de México me provoca un poco de saudade, no sólo de mis privilegiados ambientes, sino también de mis apegos más preciados: amanecer abrazado a mi gordita –remanso perpetuo de paz y armonía-, mis trainings matutinos con Gor Gor Gor, el cafecito que me prepara mi Dragoa cada mañana… mi Dragón.
El día anterior (1 de enero) recibimos el año en el aeropuerto, tras checar con éxito todos nuestros equipajes, y en medio de una vorágine difícil de imaginar: poca gente habla bien el inglés, ni siquiera en el aeropuerto, por más que digan que el inglés es la lengua principal. Aquí la gente se comunica en hindi, y el inglés es acaso una segunda lengua, si no una tercera quizás. Por lo que darnos a entender fue difícil. Gracias a que una holandesa a la que abordé ya había estado en Delhi antes, decidimos subirnos a su taxi y pasar la noche en el mismo hotel que ella, en el viejo Delhi. En el camino vimos una mezcla de los delirios de grandeza de segundos pisos como en México, y las primeras imágenes de gente viviendo en las calles. Un tremendo dolor de cabeza, asco, náuseas de los sabores de la comida del avión (ya no sirven vino ni cerveza, así que cuál happiness), y bueno… finalmente llegamos al hotel. En la mañana fue como salir a un nuevo mundo que no sabías si era parte del futuro o del pasado, con las calles muy sucias, en ese laberinto de callejuelas estrechas de Old Delhi, y una bruma que provocó la cancelación de más de una decena de vuelos en la ciudad. Rápidamente me refugié en un café Internet para saludar a mi amor y desearle feliz año nuevo, y comprar adaptadores de corriente para todos nuestros aparatos. También hice la gloriosa llamada al Indian Institute of Mass Communication para notificar que quería dejar mis cosas ahí. Tardamos casi cuarenta minutos en salir en lo que 4 personas del hotel se ponían de acuerdo para saber dónde quedaba la calle donde estaba, a pesar de que era la misma de la más importante Universidad de Nueva Delhi…. Om Shanti Shanti Shanti Om, Paciencia: todo llega en el momento justo… por fin abordamos un taxi carísimo no sin antes hacer un panchazo porque nos querían ver la cara de turistas en el hotel con una tarifa que ni en México para un hotel de acaso dos estrellas que fue donde nos quedamos. En fin…

Primera imagen de Delhi en la mañana ver arriba
La primera impresión con el IIMC (Indian Institute of Mass Communication) fue un tanto devastadora: me lo había imaginado más moderno, interesante, activo. Me encontré con una página con información no actualizada, oficinas que parecen las del Ministerio Público de Jiutepec, café internet con computadoras que en México se usaban hace quince años, y una recámara con un olor penetrante proveniente de unas pastillitas blancas que le ponen al lavabo para deodorizarlo…. Lo más parecido de mis experiencias previas fue el servicio militar y el aspecto que tenían las instalaciones de los soldados. Obviamente, llegué antes que todos mis futuros compañeros, así que procedí a agandallar el closet, cama y espacios predilectos del cuarto, dejando ahí mis grandes maletones con sus respectivos candados, y cerrando así el closet. Finalmente, puse una Virgen de Guadalupe sobre mi cabecera, para ir aclimatando a mi futuro roomie. Al parecer, los materiales que traigo son valiosos y tentadores, así que seré muy cuidadoso de no inspirar codicia a otros y espero tener buena relación con mi futuro y desconocido compañero de cuarto. Aquí dormimos Emmanuel y yo, porque no encontramos boleto para Kochi (Cochin) ayer, y creo que fue mucho mejor que el sórdido hotel en el que nos hospedamos la noche anterior y pagando la estratosférica cantidad –en términos indios- de 1600 rupias más 600 rupias de taxi la noche anterior y 550 para ir al Instituto. En total hemos gastado bastante en taxis en lo que llevamos del viaje, pero ha servido para dejar las cosas en orden antes de un viaje (para Emmanuel) tan aventurado.
Entre las cosas que es menester compartir es el éxito rotundo que tienen mis mariposas en hindi, y hacen el mismo efecto que entre mexicanos: transformar un rostro adusto en una sonrisa de oreja a oreja y convertir un trato más bien seco y hasta despótico en una caravana que para qué les cuento. No tengo la menor duda de que procederé a finalizar los diseños que me falta por hacer allá en Irinjalakuda, pues sé que será un gran regalo para mis nuevos amigos indios que se empiezan a gestar en este viaje mitad estudios mitad aventura. Esto sucedió de manera notable con los burócratas del IIMC, no sé si alguno de ellos era el director, especialmente con el señor Singh, de aspecto camelluno y con dos dientes frontales inmensos que parecieran 2 granos de maíz cacahuazintle de tamaño desproporcionado, y que además salen de su boca cada vez que habla. El hombre, que me pareció muy feo, seco y un tanto déspota, al recibir su mariposa manifestó una expresión casi dulce y hasta cambió su voz a una tesitura provista de sesgos de ternura. Rápido me di cuenta que los alumnos deben pedir permiso para salir y no deben llegar a ciertas horas tarde… qué sé yo… tienen un poco de miedo a los extranjeros, y más después de lo que sucedió en Mumbai, por lo que tendré que pedir permisos especiales, más ahora que ya he investigado que habrá eventos culturales interesantes como conciertos sinfónicos y otros espectáculos a los que por ningún motivo quiero dejar de asistir. Mis ansias de mundo y mi momento no me permiten volver a una infancia pre-universitaria, y si es necesario habré de pedir permisos especiales al Consejero de la Embajada, al Embajador de México, o pediré incluso la foto en la que salimos con la Presidenta de India Érika y yo, para que pueda tener ciertas libertades especiales que no estarán reservadas al resto de los alumnos.

Ayer, al anochecer, Emmanuel y yo fuimos al mercado más cercano al IIMC y nos encontramos con un espacio casi exclusivamente estudiantil: librerías, barberías, centros de internet, tiendas, fritangas… las callejuelas tenían siempre pequeños hilillos de agua puerca y los aromas penetrantes daban náuseas. La gente se veía en general feliz, apacible, positiva… Delhi es caótica, las señales de tránsito no son respetadas, y hay una sensación de que puedes ser atropellado en cualquier momento. Bueno, qué decir, los peruanos son civilizados en el manejo al lado de lo que se ve aquí. Hay muchas motocicletas y rikshas, y como el volante en los carros está a la derecha, también el sentido habitual de la dirección de los carros en las calles. Por lo que varias veces al atravesar una calle hemos volteado en la dirección equivocada… debo ser muy cuidadoso. Hemos visto a mucha gente dormir en las calles, vivir ahí, ahí bañarse, comer, orinar, todo… de hecho, al volver al IIMC después de esta experiencia en ese mercadito, nos pareció ver a Emmanuel y a mí un cuerpo cubierto a orillas de un parque, como si estuviera muerto, tal vez de frío. Las noches en Delhi en invierno son terriblemente frías. Ahí en las aceras ves gente que duerme entre las piedras y una miseria de niños y adultos que ni entre los más pobres de México llega uno a ver. (Está por aterrizar el avión, hay que apagar la computadora).


II. Chalakuda, Kerala.
El aire, húmedo y costero, en el aeropuerto de Kochi a orillas de la ciudad de Ernakulam. Es casi de noche, no traemos ni un solo regalo para la maestra Nirmala (tache), y no queremos llegar a deshoras, cuando una función especial de su hija Kapila y su esposo G. Venu acaba de darse. Lástima que no pudimos llegar antes. La función de hoy era la creme de la creme. Pero también no podemos apresurar al destino. Y el destino nos llevó a elegir entre quedarnos esa noche en Kochi (una ciudad dividida en tres partes: el casquete histórico, llamado Fort Kochi, la urbe en sí, llamada Ernakulam, y la parte turística donde están hoteles de lujo para turistas europeos que quieren playa, mariscos y tomar el sol, una versión de Puerto Escondido quizás pero en India), o seguir y adelantarnos a nuestro encuentro con la villa de Irinjalakuda, más agreste, en el interior de Kerala, donde vive la maestra y se realiza un Festival de Teatro Clásico Sánscirto. Optamos por lo segundo. El aeropuerto está tan lejos de Fort Kochi, ciertamente la parte más interesante, como de Irinjalakuda. Pero, dado que esta última villa carece de posadas u hoteles, decidimos quedarnos a descansar en Chalakuda, por recomendación del taxista, a quince kilómetros de nuestro gran destino. Una pequeña ciudad de caminos, toda la carretera le daba un aire parecido a la costa chica de Guerrero, con casas viejas que alguna vez fueron bonitas y un carácter casi como el de Marquelia. El taxista nos dejó en un hotel muy sencillo, pero limpio y agradable. Nos sorprendió ver cantidad de templos de diferentes religiosos, todos profusamente arreglados e iluminados. Había muchos templos cristianos y católicos, algunos de ellos con arquitectura muy curiosa, o detalles como una fachada completamente iluminada con foquitos que en conjunto creaban una imagen de la Pasión de Jesucristo sumamente original. También había Budas-Gut, no el iluminado, sino el chino, el que es más bien un símbolo de la abundancia y de la buena vida. Al salir a la calle, lo más sorprendente fue ver este anuncio:
Comprendimos que, en caso de que todo salga mal, hay futuros promisorios para nuestros bailarines, y un amplio público de famélicos dravídicos dispuestos a apreciar las gráciles maneras de un gordito danzarín. Al parecer, Kerala es un estado próspero. Los Indios dicen que en Kerala es donde Dios ha hecho su hogar. Y la pobreza es diferente. Son hordas de personas provenientes de Kerala las que levantan los rascacielos de Dubai, Kuwait, Doha, Abu Dhabi y Muscat… y semi-esclavizados viven ahí con la esperanza de volver con dinares o dólares a esta tierra exuberante que nada tiene que ver con el desierto.
Pero lo que sí es superior es la potencia del olor que exudan los hombres de este lugar, que por cierto, a las nueve de la noche, es lo único que ves en las calles. Hombes. Ni una sola mujer, jovencita, niña… Los aromas son muy potentes y el papel de baño es un artículo desconocido, por lo que en los baños encuentras tan solo una palangana con agua para limpiarte con ella y con tus deditos. (Afortunadamente venimos prevenidos y todavía no hemos experimentado esos antiguos rituales de la ablución). Yo llamo mucho la atención como extranjero. Emmanuel no. Y nos siguen para preguntarnos, para ofrecernos cosas, o como sucedió con unos borrachos/mariguanos, nos ofrecen su amistad y amor eterno sólo por ser extranjeros y comprarles algo. Hemos caminado por este pueblo decadente y a deshoras, y decidimos regresar para descansar y estar listos para el encuentro con Natanakairali, mañana mismo y muy tempranito.
Au revoir!

Diario de India, Semana 1


Poco antes de tomar la riksha que nos llevaría a Irinjalakuda (ver arriba), decidimos que íbamos a desayunar bien, en el mejor hotel de Chalakuda, para sentirnos bien alimentados antes de ir a conocer el Gurukulam (escuela) Natanakairali de Venu G y su esposa Nirmala en Irinjalakuda. En Kerala se habla el Malayalam, una lengua antigua, con escritura propia, que nada tiene que ver con el hindi. La hablan los 25 millones de keralenses y sus habitantes expatriados en el Golfo Pérsico, Singapur y Malasia. Como Kerala está en la punta Sur de la península Índica ha tenido influencia de todas las culturas que han transitado el océano Índico, sin embargo, racialmente, sus más cercanos parientes son los aborígenes australianos. Sorprendente, ¿no creen? Los dravídicos son muy oscuros de piel, y en general tienen cuerpos muy estéticos, y hombres y mujeres llegan a tener rostros muy bellos, muy diferentes a todo lo que conocemos en América. Pero íbamos en la lengua: tan difícil darnos a entender que ni en inglés… o sea que a señas. La cosa es que entramos a este hotel – restaurant y desayunamos unos deliciosos bolos blancos de harina de ¿yuca? ¿arroz? con unos curris tan deliciosos que es difícil poder describir su sabor. Y café, bendito café. Ah!!! Nos atendieron tan bien, disfrutamos tanto… y todo por la estratosférica cantidad de 100 rupias. Qué atención, qué servicio, meseros que se desvivían por atendernos. Vimos que había una boutique ahí dentro y vimos dos artículos de cristal cortado muy bonitos que serían espléndidos regalos para Guru Nirmala. No importa que hayan costado 1000 rupias (250 pesos). Los compramos. No podíamos llegar con las manos vacías. Ahí mismo mandé mi primera entrega.
Y bien, nos subimos a la riksha. Después de ese desayuno y viendo el camino no podíamos dar crédito del hermoso lugar en el que estábamos. Casas muy bonitas en general, como de campo, parecidas a las que uno encuentra en Yucatán en los pueblos. De hecho, si no fuera por los saris y las rikshas, uno podría pensar que estaría ahí. Cocoteros por todas partes, vegetación selvática y exuberante. El aire delicioso entrando por la riksha… Hasta que por fin llegamos a Irinjalakuda, una ciudad pequeña, en cuyos alrededores uno ve que hay lo mismo casas de retiro que conventos de monjas cristianas, templos shivaístas y mansiones de descanso. La mayoría de las propiedades con sus huertas, buenas casas, un ambiente próspero. Tras un laberinto de calles, por fin llegamos a Natanakairali. Una flauta se oía en el ambiente, era uno de los artistas internacionales que se presentaba esta mañana en el Gurukulam -¡Día de intercambio artístico internacional! Aplausos. Nos recibe amoroso Venu G, el esposo de Nirmala, un señor respetable, respetado, y con una mirada amorosa y profunda. El gran maestro de Kutyattam. El gran coreógrafo. Nirmala nos ve. Está grabando el espectáculo con una handycam. Nos pide que pasemos y que ocupemos dos lugares. Nos quitamos los zapatos, y bajo un techo de palma en un lugar paradisiaco disfrutamos de un hermosísimo concierto: primero flauta con percusiones indias, luego una gran violinista japonesa tocó obras preciosas, acompañada de este flautista de la ciudad de Thrissur, un hombre respetadísimo por toda la comunidad. Ya para entonces suspiraba. Sentía una alegría en mi corazón indescriptible. Luego un dúo, al parecer matrimonio, de guitarristas suizos, interpretó obras de Piazzola y del español barroco. Y entonces, oh sorpresa, anuncia Venu G que el famoso cantante de México Jesús Héctor acababa de llegar just in time para interpretar canciones de Latinoamérica. Gulp. ¡Frente a esos músicos tan extraordinario! Entonces pasé al frente y expliqué que durante 300 años los latinoamericanos fuimos la India Española y que en realidad somos una misma cultura dividida en muchos países. Por lo que no interpretaría música mexicana. Canté un tango (Cuesta Abajo), para poder explicar el ancestro popular del tango clásico, haciendo un guiño a los guitarristas. Hice acopio de todo mi carisma, una vez que me pidieron que explicara la canción, y la gente se puso muy feliz. Y luego les dije que iba a cantar una canción diferente de una poestisa peruana (Chabuca Granda) sobre la muchacha indígena que va al mercado descalza y que es tan bella que todo a ella quiere saludarla: La Flor de la Canela. La gente respondió muy alegre, y finalmente todos los músicos hicimos una improvisación sobre un ritmo fandangueado, que iba bien con la música y la letra de la Malagueña. Aplausos.


Foto de Emmanuel de mi debut artístico en India. Natanakairali, India, 3 de enero, 2009. (Ver arriba)

Nirmala Paniker nos regaló a todos una tela de algodón con hilos dorados de Kerala con la que nos fue cubriendo a cada artista, concluyó el concierto, y a los quince minutos todos éramos amigos. Nos invita a comer la maestra, y ahí experimentamos la forma de comer de Kerala: no hay cubiertos, se come con la mano. Sobre una hoja de plátano, ponen arroz y varios tipos diferentes de curri, entonces con los dedos vas mezclando el curri con el arroz y va para adentro. Al principio se me escurrían los arroces por la boca y en general todos los extranjeros sufrieron lo mismo, pero después ya estaba más que habituado y literalmente me chupaba los dedos con esos sabores absolutamente nuevos para mí. Mmmm, en este momento huelo mis deditos y conservan ese aroma de especies que… mmmm… Alegría, shanti, shanti, ommmmmm.
Y comenzó la separación con Emmanuel. Ya Nirmala le comenzó a explicar que sólo aprendería arte de Kutyattam, nada de Mohiniyattam, porque eso es de mujeres. Y que yo me iba a ir a un hotel. Así que estoy en un hotel muy sencillo, pero muy agradable, escribiendo en una mesita desde el suelo, y teniendo el buen sabor de este primer encuentro con la escuela Natanakairali, con los abuelos de todos nuestros bailarines de Danza Mohiniyattam del Dragón de Jade, y con Emmanuel dando sus primeros pasos solo en este nuevo mundo en el que lo he de abandonar en unos días. Dentro de una hora comienza la tercera jornada del Festival de Teatro Sánscrito que organiza la escuela. Me llevaré la cámara de video y haré registro de estos grandes momentos.
¡Felicidad!, como diría el maestro Cipriano, de Mitote Jazz.
II.
Salí a caminar por las calles de Irinjalakuda. ¡Qué villa, qué lugar! Son hermosas sus casas, sus calles, su gente. En los porches de sus casas, las señoras tejen, los hombres rezan en voz alta, o arreglan sus cosas, trabajan a la vista de los demás. Casas y pueblo abierto. Y al caminar por aquí la gente nos saluda, como si fuera raro ver extranjeros por acá, que sólo vienen cuando hay Festivales de Kutyattam, el Viejo Teatro Sánscrito que aún pervive por estos lugares del Sur de India. Suresh, el hombre que me llevó a la posada donde me hospedo, me dice que la clase de Mohiniyattam empezó a las cuatro. Así que me dirijo de nuevo a Natanakairali.
Paso a espaldas del foro donde habrá de presenciarse la función de este día y veo a la gran Kapila (hija de Venu G y de Nirmala en plena concentración). Kapila pasa la mayor parte del tiempo en Yokohama, Japón, donde estudia Danza Butho y es una gran maestra. Como en México vi un video de ella que Geo nos proporcionó, cuando la tuve en frente casi me inclino a besarle los pies. Es una gran actriz. Pues bien, llego al aula de Natanakairali, que fue el foro donde nos presentamos en la mañana. Y qué alegría ver a Emmanuel en su primera clase con Nirmala. Nuestro bailarín estrella bastante grácil, aceptado por la maestra y sus compañeras, y padeciendo el que no entienda nada de inglés. Los otros estudiantes: tres chicas locales, dos japonesas y una francesa. Nirmala me invita a presenciar la clase y yo grabo diez minutos de ella. Pienso que Emmanuel es un gran afortunado de estar en ese lugar, con esos maestros y compañeros. Al salir de la clase para dirigirnos a la función de Teatro Sánscrito, en otro foro a la vuelta de la escuela, le comento a Emmanuel que si, llegado el momento, en julio, se da cuenta de que está sacándole jugo a la experiencia y tiene necesidad de quedarse más tiempo, nos lo comunique con anticipación. Compramos agua y repelente de mosquitos en una tienda cercana y ahí conocimos a una bella muchacha francesa que estudia en Kallamandala, otra escuela a dos horas de ahí, cerca de Thrissur, donde estudia también Abril, otra bailarina de Cuernavaca. Luego nos presentó a una chica chilena que estudia también ahí y es muy amiga de Abril. Por lo que Emmanuel, bastante tímido con las chicas extranjeras, estará bien acompañado. Platicamos del Odin Teatret, de nuestro proyecto… a la distancia y a los ojos extranjeros, el Dragón de Jade es algo realmente fuera de serie. Me siento muy feliz de poder hablar de él y compartir. También conocemos a Leah, una hermosa californiana, y a un joven ingeniero de Delhi que más tarde nos explicaría lo que vimos en escena.
III. Tercera Jornada del Festival, primera función que presenciamos.
Sentados en el piso sobre una especie de esteras vegetales, nuestra plática es interrumpida por una percusión cuyo nombre debo aprender, de sonido metálico, que es la base de la instrumentación de todo el espectáculo. El percusionista, hace una progresión de retumbes virtuosos que van accelerando hasta un éxtasis. Del foro –en cuyos pilares de los extremos están amarrados unos troncos de plátanos con todo y frutos, y en cuyo centro está una tea de donde se prende un fuego ofrecido a las deidades- salen dos jóvenes en sus bellas sayas colocando un paño que despliegan, y de la puerta emerge, oculto tras el paño, el primer actor, que hace el papel de Bhima. Es una pena que desconozca el Ramayana y el Mahabharata, por lo que he decidido informarme antes de que sucedan los próximos espectáculos sobre los temas mitológicos que han de tratarse ahí.
Lo que les puedo decir es que es un tipo de teatro absolutamente desconocido (o que ya perdimos hace muchos muchos siglos) para nosotros los occidentales. El ornamento es exquisito, para escenificar a un Dios, lo mismo que el maquillaje, que puede llevar casi un día entero preparar la capa de harina de arroz pintado con la que salen algunos personajes. Prácticamente no parpadean mientras están en escena y como está pensado para un foro pequeño, prácticamente familiar (éramos cuarenta, a lo sumo, los espectadores de una experiencia que data ¡del siglo IX! ¿pueden creerlo?), los actores realizan todos los desplazamientos escénicos en a lo sumo tres metros cuadrados del escenario. La mayor parte de la iluminación se da con la tea encendida y para ciertos pasajes de la función, que ejemplifican la noche, se apagaban incluso las luces de la calle, sumándonos a todos en un misterio absoluto. Como les decía, dado el carácter del lugar y del origen de esta forma tan extraordinaria de arte teatral, el arte actoral es extremadamente gestual. Toda la atención la llevan al rostro, que está maquillado de manera que lo que uno está viendo no es humano: es un dios lo que tenemos en frente. Todas las expresiones que llegan a hacer son de una gama tan sutil, variada y tan precisas, con muy poco texto. Es lenguaje al extremo: el ornamento, el maquillaje, el lenguaje de manos (mudras), la expresividad de cada gesto, lo cual lleva a que una historia épica, como esta que presencié que trata de cómo Bhima, un dios del viento, hermano menor de Hanuman, el dios mono, que es tan joven e impetuoso que es la personificación del egoísmo y la impulsividad, no sabe todavía que Hanuman es su hermano mayor, que llega a invitarlo a que sea más tranquilo, que no puede pasar así porque sí, destruyendo en su camino la selva, que se calme… Hay dos Hanuman en escena, para dos momentos del dios, uno que es verde, joven, y otro blanco y viejo, que es la forma que adopta para dar la lección. Los actores sacan de vez en cuando unos colmillos, y hacen ruidos como de monos, y al mismo tiempo hacen toda una gama de expresiones tan humanas como divinas.
El espectáculo dura cuatro horas, con la música percutiva constante, en muchos momentos cabeceaba del sueño y de la impresión: era demasiado fuerte estar en presencia de esto. Con decirles que pensaba que sólo por estar ahí en ese momento habría valido la pena todo el viaje. Dicen los indios que Kerala es el país donde Dios tiene su casa. Lo pensé varias veces al caminar por Irinjalakuda. No sólo Dios. Podría encarnarse ahí, o por decirlo de otro modo. Sólo en un lugar así podrían darse tan altas expresiones del espíritu humano. En un momento me remití a mi experiencia fugaz en el aeropuerto de Nueva York, ciudad a la que asociamos el progreso. Puede compararse ese progreso a la circunstancia de Irinjalakuda y de ese teatro sagrado, donde la vida puede girar en torno a lo sagrado, pues para que se haya podido desarrollar un arte tan exquisito, complejo y sutil, evidentemente hubo una condición previa de la sociedad que lo desarrolló: abundancia natural que permite todo el tiempo libre para filosofar en lo sagrado y no sólo eso darle expresión, conservar una tradición, realizar un sinfín de artesanías sólo para los tocados de los dioses en escena, desarrollar una música, un lenguaje…. Tiene razón Geo: Kerala es el paraíso del Sur, y yo agregaría que presenciar esto es como el paraíso del actor. Lo más cercano a esta forma, es la infancia. Es como si una sociedad adulta hubiera conservado el paraíso de la infancia y lo transmitiera en lo sagrado de la escena. Confirma lo que Barba, Susana, y toda nuestra investigación colectiva realiza: el teatro cumple una función que va más allá de toda lógica mercantil. Cuando aparece Kapila en escena, en el papel de Gunamanjari, la esposa de Kalyanaka, otro dios, que juntos le hacen ver a Bhima que Hanuman es su hermano, me acordé mucho de lo que Susana tantas veces nos ha comunicado. Kapila hacía unas cuantas acciones dramáticas, pero su presencia era tan fuerte en el escenario, que en realidad no estabas frente a una actriz, estabas frente a una diosa. Desarrollar el arte de Kutyattam lleva quince años de estudios, y era grato ver a niños ahí, discípulos que comienzan a estudiar, atentos a sus raíces, a su mitología. Una mitología que tiene que ver con el entorno en la que su civilización se desarrolló: con selvas y monos, elefantes y pájaros, monzones tempestuosos… Habitantes de la vida, no presencias fantasmales como las de los habitantes del progreso cuyas únicas palabras son Yo, mi, mío. De eso platicaba el flautista en la comida con Nirmala, el respetable señor que es jefe de la estación de televisión de Thrissur y que de manera amateur, como yo canto, toca la flauta él. Decía: “los diplomáticos y políticos tienen que pasar tantos protocolos entre sí para tenerse confianza, hablar de frente, y establecer pactos y alianzas con personas de otras culturas… en cambio, los artistas, en unos minutos somos todos amigos, habitantes del mismo mundo aunque seamos todos de culturas diferentes, de lejanos países. Era cierto, comiendo con las manos el arroz con curry sobre las hojas de plátano, un sencillo manjar proveniente del paraíso, él y Nirmala, una chica francesa, una respetable compositora japonesa, una pareja suiza de guitarristas, un maestro francés de aikido, y yo… todos en común acuerdo.

January 3 - KALYANA SAUGANDHIKAM (Kutiyattam)
Bhima : Suraj Nambiar
Krodhavasa : Kalamandalam Sangeeth Chakyar
Kalyanaka : Pothiyil Ranjeeth Chakyar
Gunamanjari : Kapila
Hanuman : Ammannur Rajaneesh Chakyar
Lugar: Natnakairali, Irinjalauda, Kerala, India. 18:00 hrs. Donativo voluntario.