martes, 26 de enero de 2010

Seamus Heaney, integridad en la verdad poética




Nacido en el condado de Derry, Irlanda del Norte, en el seno de una familia católica y campesina, Seamus Heaney (1939) hubo de experimentar a lo largo de su vida –sobre todo en su juventud- muchas recriminaciones por parte de sus amigos, por no tomar partido cuando la ola de violencia y terrorismo azotó a ese país, especialmente tras el famoso “Domingo Sangriento”, acaecido en 1972. Ya para entonces, a sus 33 años, Heaney era un poeta ampliamente reconocido en su país, y por otros poetas como Robert Lowell, quien lo consideraba el mejor poeta irlandés desde Yeats. Nunca se consideró a sí mismo británico, y siempre sintió una intensa conexión espiritual con la tradición de la Irlanda autóctona y con su campo natal. Parte de su contradicción interna como creador era su doble filiación: por una parte al suelo tradicional irlandés, por otra a la lengua del conquistador: el inglés. En un país donde los jóvenes recitan en los pubs a sus poetas vivos con una pasión sólo comparable a la que despiertan los ídolos del rock, y cuya poesía anima el sustrato espiritual de la Irlanda profunda, es de comprender que Heaney se encontraría  muchas veces entre el fuego cruzado de aquellos que le recriminaban su no-tomar partido por las causas integristas de una Irlanda unificada y anti-protestante; o ante una continua sospecha de parte de los unionistas por el continuo recalcar de Heaney de su identidad  irlandesa; y de los propios irlandeses el constante cuestionamiento por su rechazo al gaélico como lengua de su escritura.
Reconocido tempranamente como un prodigio de la lengua inglesa (hoy es considerado el poeta vivo más leído en esa lengua), autor de 11 poemarios, innumerables ensayos y dos obras de teatro, así como una versión de Beowulf que le valió el prestigiado premio Whitbread al mejor libro del año por segunda ocasión, fue finalmente galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1995. Lo que sorprende es que en un lugar tan agitado políticamente como lo es Irlanda del Norte, Seamus Heaney pudo mantenerse al margen de todo proselitismo ideológico que pudiera contaminar de política su verdad poética, y que pudiera ser usada su obra para los usos y costumbres de una u otra de las facciones combatientes. No que fuera ajeno al dolor de su gente -todo lo contrario-, sino manteniéndose fiel a la Musa, a la verdad del bardo que puede nombrar el alma de una tierra y de los seres que la pueblan: al Dios en las pequeñas cosas, en los oficios, en el lenguaje de las ondas en el agua y de los árboles. Y una lucha constante, espiritual, por no ceder a la tentación del poder político, de proclamarse el adalid de Irlanda, salvador de la patria o abanderado en pié de lucha, como puede percibirse en su poema Piedra de Delphi:
“Que me lleven a la capilla de madrugada/ cuando el mar esparza rumbo al sur sus lejanas cosechas del sol, / y yo realice la ofrenda matutina una vez más: / que me salve del miasma de la sangre derramada, / que controle la lengua, tema a hybris, tema al dios / hasta que se exprese sin trabas por mi boca.” 1
            En eso asemeja a Sócrates la profunda convicción de lo que el filósofo llama su demonio familiar, al no ceder en contra de los dictámenes de lo que su Dios le guía. No es que no fuera un intelectual comprometido ideológicamente con una causa, sino que el compromiso que asumió fue con lo que él llamó “certidumbre en la poesía”: el poema debería ser “no sólo placenteramente certero, sino apremiantemente sabio; no sólo una sorprendente variación de la música del mundo, sino una nueva afinación del mundo mismo”.  En su discurso de aceptación del Nobel, él mencionaría la necesidad de una poesía que encarnara un orden “fiel al impacto de la realidad externa y sensible a las leyes interiores del ser del poeta”2. Sócrates hace de su sentencia final un acto tan cargado de símbolos y tan lleno de justicia que habría de avergonzar a todos los que lo condenaron. No traicionó sus leyes interiores, y logró que la historia condenara continuamente a esos jueces abyectos. Finalmente él se volviera inmortal entre los hombres, en la cultura. Heaney, un creador, ve en la obra de arte la manera de hacer rebosar el potencial constructivo de la humanidad, como una manera de facilitar las caídas de las cortinas de hierro y sustituirlas por instituciones que puedan ser como una “red en una cancha de tenis, una demarcación que permita… un encuentro y una contienda, capaz de prefigurar un futuro en el cual la vitalidad que fluía en un principio de aquellas tonificantes palabras, el ‘enemigo’ y ‘los aliados’, pueda finalmente derivar de un vocabulario menos binario y que, en general, implique menos ataduras”3. Un fondo que lo da la forma, donde lo importante es no ser cooptado por esa sangre derramada clamando venganza, pero tampoco tibio, desleal a la certidumbre poética que da la muerte de cualquier vecino, en el marco de un tiempo escandalizado por el terrorismo y la irracionalidad. Ya terminó la guerra en Irlanda, el poeta sigue vivo. Sus poemas perduran, prístinos, certeros como cuando dialogó con sus muertos en ese maravilloso poemario del vía-crucis por encontrar la verdad interior de la Voz, que es “Isla de las estaciones”. Victoria final: Irlanda y la lengua inglesa ganaron con Heaney. Y nosotros, sus lectores. 


Referencias
Heaney, Seamus.

1.
Isla de las Estaciones”, Seamus Heaney; traducción de Pura López Colomé. Coedición: Amigos de Editorial Calamus, CONACULTA, INBA, 2006.
ISBN 968-9045-14-8
Del poema “Vida de Estante”, parte V. Piedra de Delphi pp. 37

2.
“Al buen entendedor”, Ensayos escogidos/ Seamus Heaney; selec. y trad. de Pura López Colomé. México: FCE, 2006. (Colec. Lengua y Estudios Literarios)
Título original: Finders Keepers Selected prose. 1971 – 2001.
ISBN 968-16-7713-7
Ensayo “Certidumbre en la Poesía”
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1995.
Pags. 258 – 259

3.
Ibid

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