domingo, 4 de enero de 2009

Diario de India, Semana 1a


2 de enero, 2009. Viaje a Kochi

Emmanuel duerme a mi izquierda y un señor bigotón a mi derecha. Estoy en el avión, disfrutando de un teclado que puede escribir acentos y eñes. Minuto a minuto me empiezo a habituar a los sonidos, olores y sensaciones que me produce ser testigo de momentos habituales en la vida de un país. Emmanuel y yo fuimos a la Embajada de México antes de este vuelo para registrarnos. El edificio es tan sencillo como el de la representación de India en México, quizás hasta más pequeño. Por fuera parecería una casa. Ahí nos recibieron con alegría (claro, las mariposas tienen mucho que ver) y para comprobar que fuéramos mexicanos, de broma nos pidieron que cantáramos el himno nacional. Llegó en esos momentos un ente extraño de nombre Israel, que estudia la tabla en Varanasi, y nos caímos muy bien de entrada. Conocía a Alexei y a Hollving (los sitaristas que se han presentado en eventos del Dragón), y dice que lleva dos años ahí viviendo. Como pienso ir a Varanasi, me dejó su dirección y me dijo que cuando vaya prepararía unas enchiladas. Me parece excelente. Aunque no han sido más que dos días, la sola idea de estar unos meses fuera de México me provoca un poco de saudade, no sólo de mis privilegiados ambientes, sino también de mis apegos más preciados: amanecer abrazado a mi gordita –remanso perpetuo de paz y armonía-, mis trainings matutinos con Gor Gor Gor, el cafecito que me prepara mi Dragoa cada mañana… mi Dragón.
El día anterior (1 de enero) recibimos el año en el aeropuerto, tras checar con éxito todos nuestros equipajes, y en medio de una vorágine difícil de imaginar: poca gente habla bien el inglés, ni siquiera en el aeropuerto, por más que digan que el inglés es la lengua principal. Aquí la gente se comunica en hindi, y el inglés es acaso una segunda lengua, si no una tercera quizás. Por lo que darnos a entender fue difícil. Gracias a que una holandesa a la que abordé ya había estado en Delhi antes, decidimos subirnos a su taxi y pasar la noche en el mismo hotel que ella, en el viejo Delhi. En el camino vimos una mezcla de los delirios de grandeza de segundos pisos como en México, y las primeras imágenes de gente viviendo en las calles. Un tremendo dolor de cabeza, asco, náuseas de los sabores de la comida del avión (ya no sirven vino ni cerveza, así que cuál happiness), y bueno… finalmente llegamos al hotel. En la mañana fue como salir a un nuevo mundo que no sabías si era parte del futuro o del pasado, con las calles muy sucias, en ese laberinto de callejuelas estrechas de Old Delhi, y una bruma que provocó la cancelación de más de una decena de vuelos en la ciudad. Rápidamente me refugié en un café Internet para saludar a mi amor y desearle feliz año nuevo, y comprar adaptadores de corriente para todos nuestros aparatos. También hice la gloriosa llamada al Indian Institute of Mass Communication para notificar que quería dejar mis cosas ahí. Tardamos casi cuarenta minutos en salir en lo que 4 personas del hotel se ponían de acuerdo para saber dónde quedaba la calle donde estaba, a pesar de que era la misma de la más importante Universidad de Nueva Delhi…. Om Shanti Shanti Shanti Om, Paciencia: todo llega en el momento justo… por fin abordamos un taxi carísimo no sin antes hacer un panchazo porque nos querían ver la cara de turistas en el hotel con una tarifa que ni en México para un hotel de acaso dos estrellas que fue donde nos quedamos. En fin…

Primera imagen de Delhi en la mañana ver arriba
La primera impresión con el IIMC (Indian Institute of Mass Communication) fue un tanto devastadora: me lo había imaginado más moderno, interesante, activo. Me encontré con una página con información no actualizada, oficinas que parecen las del Ministerio Público de Jiutepec, café internet con computadoras que en México se usaban hace quince años, y una recámara con un olor penetrante proveniente de unas pastillitas blancas que le ponen al lavabo para deodorizarlo…. Lo más parecido de mis experiencias previas fue el servicio militar y el aspecto que tenían las instalaciones de los soldados. Obviamente, llegué antes que todos mis futuros compañeros, así que procedí a agandallar el closet, cama y espacios predilectos del cuarto, dejando ahí mis grandes maletones con sus respectivos candados, y cerrando así el closet. Finalmente, puse una Virgen de Guadalupe sobre mi cabecera, para ir aclimatando a mi futuro roomie. Al parecer, los materiales que traigo son valiosos y tentadores, así que seré muy cuidadoso de no inspirar codicia a otros y espero tener buena relación con mi futuro y desconocido compañero de cuarto. Aquí dormimos Emmanuel y yo, porque no encontramos boleto para Kochi (Cochin) ayer, y creo que fue mucho mejor que el sórdido hotel en el que nos hospedamos la noche anterior y pagando la estratosférica cantidad –en términos indios- de 1600 rupias más 600 rupias de taxi la noche anterior y 550 para ir al Instituto. En total hemos gastado bastante en taxis en lo que llevamos del viaje, pero ha servido para dejar las cosas en orden antes de un viaje (para Emmanuel) tan aventurado.
Entre las cosas que es menester compartir es el éxito rotundo que tienen mis mariposas en hindi, y hacen el mismo efecto que entre mexicanos: transformar un rostro adusto en una sonrisa de oreja a oreja y convertir un trato más bien seco y hasta despótico en una caravana que para qué les cuento. No tengo la menor duda de que procederé a finalizar los diseños que me falta por hacer allá en Irinjalakuda, pues sé que será un gran regalo para mis nuevos amigos indios que se empiezan a gestar en este viaje mitad estudios mitad aventura. Esto sucedió de manera notable con los burócratas del IIMC, no sé si alguno de ellos era el director, especialmente con el señor Singh, de aspecto camelluno y con dos dientes frontales inmensos que parecieran 2 granos de maíz cacahuazintle de tamaño desproporcionado, y que además salen de su boca cada vez que habla. El hombre, que me pareció muy feo, seco y un tanto déspota, al recibir su mariposa manifestó una expresión casi dulce y hasta cambió su voz a una tesitura provista de sesgos de ternura. Rápido me di cuenta que los alumnos deben pedir permiso para salir y no deben llegar a ciertas horas tarde… qué sé yo… tienen un poco de miedo a los extranjeros, y más después de lo que sucedió en Mumbai, por lo que tendré que pedir permisos especiales, más ahora que ya he investigado que habrá eventos culturales interesantes como conciertos sinfónicos y otros espectáculos a los que por ningún motivo quiero dejar de asistir. Mis ansias de mundo y mi momento no me permiten volver a una infancia pre-universitaria, y si es necesario habré de pedir permisos especiales al Consejero de la Embajada, al Embajador de México, o pediré incluso la foto en la que salimos con la Presidenta de India Érika y yo, para que pueda tener ciertas libertades especiales que no estarán reservadas al resto de los alumnos.

Ayer, al anochecer, Emmanuel y yo fuimos al mercado más cercano al IIMC y nos encontramos con un espacio casi exclusivamente estudiantil: librerías, barberías, centros de internet, tiendas, fritangas… las callejuelas tenían siempre pequeños hilillos de agua puerca y los aromas penetrantes daban náuseas. La gente se veía en general feliz, apacible, positiva… Delhi es caótica, las señales de tránsito no son respetadas, y hay una sensación de que puedes ser atropellado en cualquier momento. Bueno, qué decir, los peruanos son civilizados en el manejo al lado de lo que se ve aquí. Hay muchas motocicletas y rikshas, y como el volante en los carros está a la derecha, también el sentido habitual de la dirección de los carros en las calles. Por lo que varias veces al atravesar una calle hemos volteado en la dirección equivocada… debo ser muy cuidadoso. Hemos visto a mucha gente dormir en las calles, vivir ahí, ahí bañarse, comer, orinar, todo… de hecho, al volver al IIMC después de esta experiencia en ese mercadito, nos pareció ver a Emmanuel y a mí un cuerpo cubierto a orillas de un parque, como si estuviera muerto, tal vez de frío. Las noches en Delhi en invierno son terriblemente frías. Ahí en las aceras ves gente que duerme entre las piedras y una miseria de niños y adultos que ni entre los más pobres de México llega uno a ver. (Está por aterrizar el avión, hay que apagar la computadora).


II. Chalakuda, Kerala.
El aire, húmedo y costero, en el aeropuerto de Kochi a orillas de la ciudad de Ernakulam. Es casi de noche, no traemos ni un solo regalo para la maestra Nirmala (tache), y no queremos llegar a deshoras, cuando una función especial de su hija Kapila y su esposo G. Venu acaba de darse. Lástima que no pudimos llegar antes. La función de hoy era la creme de la creme. Pero también no podemos apresurar al destino. Y el destino nos llevó a elegir entre quedarnos esa noche en Kochi (una ciudad dividida en tres partes: el casquete histórico, llamado Fort Kochi, la urbe en sí, llamada Ernakulam, y la parte turística donde están hoteles de lujo para turistas europeos que quieren playa, mariscos y tomar el sol, una versión de Puerto Escondido quizás pero en India), o seguir y adelantarnos a nuestro encuentro con la villa de Irinjalakuda, más agreste, en el interior de Kerala, donde vive la maestra y se realiza un Festival de Teatro Clásico Sánscirto. Optamos por lo segundo. El aeropuerto está tan lejos de Fort Kochi, ciertamente la parte más interesante, como de Irinjalakuda. Pero, dado que esta última villa carece de posadas u hoteles, decidimos quedarnos a descansar en Chalakuda, por recomendación del taxista, a quince kilómetros de nuestro gran destino. Una pequeña ciudad de caminos, toda la carretera le daba un aire parecido a la costa chica de Guerrero, con casas viejas que alguna vez fueron bonitas y un carácter casi como el de Marquelia. El taxista nos dejó en un hotel muy sencillo, pero limpio y agradable. Nos sorprendió ver cantidad de templos de diferentes religiosos, todos profusamente arreglados e iluminados. Había muchos templos cristianos y católicos, algunos de ellos con arquitectura muy curiosa, o detalles como una fachada completamente iluminada con foquitos que en conjunto creaban una imagen de la Pasión de Jesucristo sumamente original. También había Budas-Gut, no el iluminado, sino el chino, el que es más bien un símbolo de la abundancia y de la buena vida. Al salir a la calle, lo más sorprendente fue ver este anuncio:
Comprendimos que, en caso de que todo salga mal, hay futuros promisorios para nuestros bailarines, y un amplio público de famélicos dravídicos dispuestos a apreciar las gráciles maneras de un gordito danzarín. Al parecer, Kerala es un estado próspero. Los Indios dicen que en Kerala es donde Dios ha hecho su hogar. Y la pobreza es diferente. Son hordas de personas provenientes de Kerala las que levantan los rascacielos de Dubai, Kuwait, Doha, Abu Dhabi y Muscat… y semi-esclavizados viven ahí con la esperanza de volver con dinares o dólares a esta tierra exuberante que nada tiene que ver con el desierto.
Pero lo que sí es superior es la potencia del olor que exudan los hombres de este lugar, que por cierto, a las nueve de la noche, es lo único que ves en las calles. Hombes. Ni una sola mujer, jovencita, niña… Los aromas son muy potentes y el papel de baño es un artículo desconocido, por lo que en los baños encuentras tan solo una palangana con agua para limpiarte con ella y con tus deditos. (Afortunadamente venimos prevenidos y todavía no hemos experimentado esos antiguos rituales de la ablución). Yo llamo mucho la atención como extranjero. Emmanuel no. Y nos siguen para preguntarnos, para ofrecernos cosas, o como sucedió con unos borrachos/mariguanos, nos ofrecen su amistad y amor eterno sólo por ser extranjeros y comprarles algo. Hemos caminado por este pueblo decadente y a deshoras, y decidimos regresar para descansar y estar listos para el encuentro con Natanakairali, mañana mismo y muy tempranito.
Au revoir!

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