domingo, 18 de enero de 2009

Irinjalajuda, 8 de enero, 2009.
Hoy entré a dos casas de diferentes artistas. El administrador del hotel, Mohandas, me había dicho que su compadre era un gran actor de Katha Kali y que debería conocerlo para que lo presente en México. Así que a una hora acordada, él mismo me trepó a su motocicleta y en cinco minutos ya estábamos en su casa, poco antes de que diera clase a su sobrino y a otra niña. Dicho artista se llama Gopi. No habla inglés, así que entre él y el abuelo de la niña, el dueño del hotel donde me hospedo, nos dimos a medio entender. Hizo una sesión completa de fotografías con todos los mudras y las nueve emociones del abhinaya. Se los comparto oportunamente. Ver galería de la semana 2. Fue muy amable, y me invitó a ver una función de Katha Kali para el día de mañana, así que pienso ir… y perderme la función de Kutyattam donde actúa mi nuevo ídolo Suraj Nambiar. Ni modo. Fue eso: sesión de fotografías y ligera entrevista. A cambio, me pidió que le de un disco con las fotos y que le consiga una presentación en México (como si hubiera tantas personas que mueren por ver Katha Kali en nuestro país). Les dije que haría todo lo posible.
GOPI MOSTRANDO 8 DE LAS 9 EMOCIONES BÁSICAS DE ABHINAYA(ACTUACIÓN)
5 DE LOS 24 MUDRAS
Después, Mohandas, que resultó un excelente promotor cultural de su ciudad, me llevó a casa de Krishnakumar, el único joven que hace Mohiniyattam en Kerala (ya no es el único, ya llegó Emmanuel). Y fui increíblemente bien recibido por su papá, con el cabello pintado y con tremenda vanidad. Mohandas me dijo en voz quedita que había sido Mr. Kerala en tiempos de juventud y campeón luchador, que era vegetariano y que era legendario su vigor. Pues el propio Mr. Kerala fue quien rompió en halagos por su hijo y él mismo me proporcionó la foto del estrellato de Krishnakumar, vestido de Mohini, modoso, con sus olanes y su maquillaje de mujer.
Ya le dije a Emmanuel que para esto NO se le becó, que de ninguna manera queremos que regrese así a Cuernavaca. Y aunque Krishnakumar haya derrotado a todas las jovencitas de su estado natal para ser SELECCIONADO como artista nacional en MUMBAI (todo lo más importante sucede ahí, es el Hollywood y el Nueva York combinado de la India), ante más de doscientos extranjeros, no permitiremos que nuestro bailarín termine siendo toda una mohini. Entonces aparece el modoso Krishnakumar, tan amable y generoso. Me enterneció, de verdad, lo mismo que su papá y su mamá. Me dijeron que tenían un linaje de 14 generaciones de ser músicos sagrados de los templos, y me presentaron las deidades familiares, comenzando por Shiva en calidad de patrono de la danza. Un delicioso chai en su presencia. Les tomé fotos, platiqué un poco con ellos, les canté una canción cubana, y luego me despedí. En la noche vi una larguísima obra de Kutyattam. Llegué a la posada Woodlands rendido.

Irinjalakuda, 9 de enero, 2009.
La cultura de Kerala es rica, como se podrán dar cuenta en mis descripciones. Quisiera tener un poco más acceso a información en inglés, pero es realmente difícil darse a entender en este lugar. Muy poca gente medio habla el inglés, lo cual dificulta mucho viajar y explayarse. Pero bien… a ojo de buen cubero les puedo decir que la comida es muy variada. Sólo en cuestión de repostería hay una tremenda variedad de dulces, muchos de ellos a base de leche, nueces, camote, dátiles. Son muy agradables de vista las tiendas donde los venden y a decir por la variedad de ellos y la cantidad de tiendas, el arte de la comida es algo sumamente preciado aquí. Lo mismo puede decirse de sus platillos. A mí en lo personal me encanta acompañar los platillos con Porota (una especie de tortilla de harina pero que tiene aspecto de queso Oaxaca aplanado). Tras la función de Kutyattam de ayer (duró 3 horas y media… y yo a la mitad de la misma ya estaba desesperado por salir), invité a Emmanuel a merendar pescado. Y es que aquí sí es recomendable comerlo (me han dicho que en Delhi lo evite), así que decidí no perder tiempo y ayudarle a mi amigo con algo de proteínas, pues como prisionero en casa de Nirmala no hay probado nada de carne desde que llegó. Era barbecue fish, asado al carbón y marinado con una especie de curry picante. Qué les puedo decir… ¡delicioso! Con una salsita parecida a la de chile ancho de nosotros, aceitosa… y con la porota y nuestra Mirinda, hasta nos sentimos en México. Nos dimos vuelo anoche. En la tarde comí un especie de arroz amarillo con pollo que le daba un aire a una especie de paella. Tenía algunas nueces de la India (cashews) y pasas, y se le acompaña con cebollita a la vinagreta que recuerda un poco al aderezo de la cochinita pibil. Devoré la cazuela entera. He dejado propinas, como buen mexicano, y la gente queda más que contenta, ya que aquí no se acostumbra. Y me gusta que me traten bien. Otros platillos que he comido es la Masala Doce, que es como una especie de crepa con un guisado de papa al curry y que se le agregan salsas picantes de cacahuate. Yo había creído que la nuez de la india en realidad venía de Brasil (cajú, se le conoce ahí), pero lo empiezo a dudar. Por la cantidad de nueces que uno ve en tantos expendios, uno pensaría que de aquí salió la famosa nuez. Habré de investigar más adelante. En Brasil es muy extendido su cultivo, y es doble su utilización ya que es un fruto parecido al mango de sabor muy agradable de cuyo extremo inferior cuelga una sola nuez. Por lo que se utiliza el jugo del fruto y también la nuez, siendo extensas las plantaciones de este árbol en la región de Pará en Brasil. Aquí también son caras, relativamente, el kilo de ellas cuesta 400 rupias, unos 120 pesos más o menos. En cuanto a bebidas, no he probado ninguna alcohólica. Leí que Kerala tiene uno de los niveles más altos de alcoholismo en India. Sí me he topado con algunos borrachos, pero no se vende alcohol en las tiendas. Así que me conformo con mi agua embotellada y mi chaia que el té con leche, del cual me hecho casi tan adicto como lo era con el café.
Seguiré hablando de placeres… Por recomendación de las chicas extranjeras, decidí regalarme un masaje ayurvédico, una vez que les hube platicado que llevaba varios días sin dormir bien y que seguía con torzones a raíz del fatigoso viaje aéreo. El Ayur Veda es todo un sistema medicinal que es común en esta región de India, que incluye factores como dieta, ejercicios (yoga), masajes, aceites y prescripción de medicinas naturales de acuerdo a tu tipo de cuerpo. Hay tres tipos de cuerpo básicos: bata, pita, y capa. A mí me dijeron que soy Pita, ya lo sabía de antemano pues es bien sabido que soy una especie de lapita. Los Pita tendemos a ser mundanos, de cuerpos fuertes (según) y tienden a desarrollar músculo. Sería un poco vano y tonto tratar de describirles todo este sistema medicinal que ha sido desarrollado durante siglos en esta región. Por lo que me atendré a describirles el exquisito masaje que recibí. Como está mal visto que las mujeres toquen a los hombres y viceversa, este masaje me fue proporcionado por dos jóvenes en un hospital ayurvédico. Tan solo en Irinjalakuda hay varios de esos lugares públicos y privados, donde se atienden todo tipo de dolencias, enfermedades y padecimientos. Fue una experiencia de tan solo una hora, pero yo sentí que había durado tres, de tan placentero que fue. Me quité toda la ropa y quedé en un minúsculo taparrabo hecho de gaza, así salvaguardé el poco pudor que a veces llego a tener. Comenzaron por la cabeza con una fricción prolongada por todos los centros nerviosos. Este masaje no tiene nada de presión, como el que practica Claudio (por ejemplo), sino de fricción linfática, vigoroso, con aceites medicinales, que tanto me vertieron que si salía al sol me hubiera freído ipsofacto. Todo el cuerpo, de la cabeza a los pies (tan sólo excluyendo las nobles partes) es masajeado de esta manera: los deditos, los brazos, las piernas, los muslos, etc., etc., etc. Cuatro manos vigorosas, haciendo circular la energía, dando golpecitos que sonaban muy chistoso en el cuerpo… Cuando menos me di cuenta ya había entrado de pronto en el estado del Gran Bebé, y mi cuerpo –cubierto de aceites aromáticos y medicinales vibraba de algarabía y gozo. Hasta había olvidado ya las batallas campales con las hormigas (anoche hubo una represalia de parte de ellas), y las desveladas con el Kutyattam y mis diarios. Mi relajación era tal, que sólo me faltaba decir agugu tata. Los médicos me diagnosticaron excelente salud. Me dijeron que qué hacía, que estaba muy bien de salud. Y yo les dije que Tai Chi. Me felicitaron y me dijeron que no necesitaba ningún tratamiento, que mi salud era excelente. Lo cual me hizo sentir aún mejor. Luego me hicieron tomar un baño de agua caliente (con dos cubetas y una palangana, por supuesto), y al salir me hicieron una presión en el Tercer Ojo y en la coronilla con unas palabras mágicas, supongo.

Mala, Kerala, 9 de enero, 2009
Templo de Iranikulam (una parte del complejo)
A las afueras del templo de Iranikulam (www.iranikulamtemple.com) bebo el té con Gopi y toda la tropa de Kahtakali. Estamos a seis kilómetros de la villa de Mala, en un templo cuya historia (según el vicepresidente del lugar) se remonta a casi 5000 años de antigüedad. Nadie habla inglés entre toda la troupee de artistas, todos provenientes de Kalanilayam, escuela de Katha Kali oriunda de Irinjalakuda. Es un poco raro estar con todos ellos silenciosamente, tras compartir casi una hora dando tumbos en un guajolotero cuidando que los sombreros de plata de Katha Kali (valuados en casi 1000 dólares cada uno) no le den a uno en la cabeza por tanto zarandeo.. El camino está salpicado de iglesias católicas, con profusas imágenes de santos, así como escuelas y conventos. Los hindús son muy respetuosos en general de las otras religiones, al menos en esta región.
Antes, en casa del suegro de Gopi esperamos una hora a que el camión pasara. Al parecer, la compañía abastecedora de gas y gasolina se dispuso a declarar huelga, por lo que muchos camiones dejaron de trabajar hoy. Esto me hace ser más previsor para el domingo, y salir lo antes posible rumbo a Kochi, no vaya a ser que pierda mi avión.
El calor es sofocante a estas horas, y sólo se apetece una siesta. Observo a los hombres comer bajo una lona ante unas mesas largas de metal que sirven de comedero común. Hace mucho calor. Las moscas juegan a las escondidas entre mis pies y mis tobillos. Me relajo profundamente. Nada me molesta. Ni siquiera eso. Vi por el camino de Irinjalakuda a Mala plantaciones de coco y platanales (Musa paradisiaca, nombre de la especie) al lado de ríos que serpentean entre campos pantanosos. También he visto murciélagos y cuervos gigantescos. No he visto un solo caballo, tampoco cerdos, y muy pocos cebúes. Casi no hay ganado. Casi todos los hombres usan solo bigote. Los que llevan barba es que seguramente están ayunando y han renunciado a los placeres mundanos y a las relaciones sexuales para poder estar puros y peregrinar hacia el templo de Ayeppa, en el interior de la selva, donde su imagen milagrosa se encuentra. Esta peregrinación se lleva a cabo a finales del mes de enero. Los hombres tienen barbas espesas, hirsutas y muy negras, su piel llega a tener un tinte violáceo y los ojos son muy expresivos. Los infantes son especialmente hermosos, también los jóvenes. Tienen ojos tan grandes como los pintas en las estampitas devocionales, y escuché de manera informal hace unos días decir a G. Venu, que en un principio pensó que Tomoe (la japonesa del Kutyattam) no iba a ser buena en ese arte porque las orientales tienen ojos pequeños. Así que por selección natural estos pueblos han desarrollado una genética especial que les da ojos grandes y expresivos, pestañas rizadas y hermosas sonrisas. Cuando crecen se vuelven peludos (les salen pelos hasta en la espalda y se ponen barrigones), y de viejos son feos y un tanto malencarados. La brisa se pasea por estos lugares como queriendo saludar a esta tropa de actores sagrados.
Pienso en que la lengua es la verdadera patria, y la falta de lenguaje la mayor barrera para intentar cualquier profundización de carácter personal. Con estos hombres, padezco la barrera. Me gusta como sonríen y me aceptan a mí, el extranjero. Hace un rato, algunos de ellos me invitaron a ver un elefante. También esta bestia me dio la bienvenida: en cuanto me vio, desplegó tremendo falo de aspecto huesudo que casi parecía una quinta pata. Comía plácidamente ramas de coco encadenado a un poste mientras su dueño lo cuidaba. Éste me pidió que me sentara a contemplar al elefante. Bromeamos sobre su lingam. Así que me quedé sentado hasta que pasó su excitación y replegó su miembro como acordeón hasta casi desaparecer, después de dejar un enorme charco bajo sus pies. ¡Y yo que habían pensado que me quería…! Fue un agradable espectáculo de la naturaleza.
El niño-divo se maquilla. A este niño le fascinaba posar.
Siempre había querido tener la oportunidad de ver el largo proceso del maquillaje en Katha Kali y ahora se los voy a compartir. Es maravillosa la apertura y naturalidad con la que la gente se acerca, platica, y también te acepta. Esto es fácilmente comprensible en un lugar en el que las casas y puertas están abiertas, y no hay miedo a que le roben a uno. Conforme voy retratando el maquillaje de los hombres antes de la función, estos van tomando las personalidad que van a representar. Al parecer es muy placentero el proceso, pues son felices de que les estén embadurnando la cara y les hagan esos anillos de papel que colocan en la barba para que se vean más imponentes. Algunos se duermen en el proceso. Los que hacen personajes femeninos son casi mujeres de tan afeminados y posan con miradas sumisas y recatadas cuando los fotografío. El malo de la obra, en cambio, me mira con resquemor.
Me duelen las plantas de los pies de tantas astillas que se les han enterrado al andar descalzo entre tantas varas y ramitas. Los hombres que quieran entrar al templo deben hacer abluciones en un estanque enorme y rectangular que está a las afueras de él. Algunos solo se lavan los pies. El ritual del maquillaje trae un remanso de paz, y en general no son ruidosos. Al fondo, en los altavoces del templo, a todo volumen, ponen canciones sagradas interpretadas por voces femeninas y súper-agudas que realizan prodigiosas florituras a las que ya me he acostumbrado. Con decirles, que más tarde, cuando les dije que era cantante y me pidieron una canción, entoné un fragmento de la Peregrina con garigoleos orientales que no le vinieron del todo mal a la canción.
Aquí he fotografiado ampliamente, me he tomado mi tiempo… leído capítulos enteros del Mono Gramático mientras veo cómo se preparan. [Es un genio Paz, tiene imágenes memorables, como la comparación de un rosal con un cangrejo vegetal. En una de las fotos que incluye su libro, un paisaje de la ciudad en ruinas de Galta, se lee en una pared en hindi la palabra kavita, poesía. De seguro lo habrá reconocido Paz. Si no, qué asombrosa coincidencia]. En el templo la separación de los sexos continúa. Los hombres por un lado, las mujeres por el otro. Algunas de ellas realizan una bella danza circular con forma de estrella para atraer la abundancia y la salud. Son las fiestas de este templo, duran muchos días, y durante los mismos viene mucha gente de las comunidades vecinas a este gigantesco complejo ceremonial. Me dijeron que hace unos días hubo una marcha de elefantes y que también se encendieron más de cien mil velitas durante una festividad. Las palmeras, la luna casi llena, el templo… le daban un carácter atemporal a este encuentro que de no ser por tantos teléfonos celulares y por el juego de lucecitas en algunas partes, hubiera creído que es algo sucedido siglos atrás.
Tras bambalinas en el Katha Kali
Después comenzó la función de Katha Kali. Me he vuelto exquisito. Me gusta mucho más el Kutyattam. Sé que lo que tenía ante mis ojos era el Teatro popular, y la gente lo miraba con gusto, lo entendía (a mí me costaba mucho trabajo, y una vez más hubo un momento en que comencé a cabecear y alucino que estoy en casa, o en Chichén Itzá). Se pasean, bailan, hacen gritos, gesticulan, fingen que pelean, se bajan a donde está el público… si no supiera que es sagrado pensaría que es algo clownesco, excepto que nadie ríe, y todos están muy atentos. ¡Ahh, qué ganas de dormir! Como no había comido más que una porota en todo el día, ya tenía un poco de hambre…. De pronto, antes de terminar, mi amigo Gopi me invitó a salir, lo acompañé y fuimos al comedero. En la tarde me dio un poco de desconfianza comer ahí. En la noche me valió un comino y ahí me tienen… empacando a lo lindo con mis deditos batidos tras haberle quitado el polvo a mi plato de hoja de plátano. (Pienso que los desechables de Kerala son muy ecológicos: biodegradables, 100% naturales, y muy prácticos. Los recomiendo ampliamente). Me sirvieron doble arroz, yo ya no podía, y ni modo, Gopi me tuvo que esperar.
Pensé que tardarían mucho en empacar sus cosas, etc. Para nada, en un santiamén ya no tenían maquillaje, ya estaban de civiles nuevamente, ya habían guardado sus cosas y estábamos montados en el camión. Era casi medianoche, el camión iba volando literalmente por las estrechas calles a sabiendas de que no encontraría otro carro, vaca, o ser humano que se le atravesase. Era pavoroso, y en los puentes sobre los pantanos, pensaba en las pesadillas que hemos tenido de que caemos en un vehículo y nos ahogamos... qué poético, bajo una luna llena como de cuenta, en tierras que fueron descritas quizás en Las Mil y una Noches como las de la princesa Budur que podrían haber sucedido aquí.
Finalmente llegamos. Irinjalakuda dormía. Por ahí caminaba entre sus simpáticos anuncios de mujeres enjoyadas, bardas con versiones bollywoodianas del Che Guevara (¡!) y un cielo despejado de estrellas, con nubes ralas y sombras de cocoteros.
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Sábado 10 de enero de 2009, Irinjalakuda

Visité a Emmanuel para raptarlo e irnos juntos a la playa. Me habían dado las indicaciones de cómo llegar. Tomamos un guajolotero al pueblo de Perindajan, casi treinta minutos de viaje, y al llegar ahí una riksha al mar. 50 rupias todo el trayecto. Saludamos brevemente el Océano Índico, y al ver que era mar abierto y había una bandera roja, decidimos no buscarle ruido al chicharrón. Sólo una visión fugaz bajo un sol ardiente. Se veía mucha corriente y no había gente a nuestro alrededor. Emmanuel y yo creíamos que íbamos a encontrar lugares como en cualquier costa del Pacífico Mexicano, donde uno puede encontrar pescado, cervezas, y hasta camarones. Nanais. No había nada. Me habían recomendado un lugar donde servían pescado y toddy una bebida. Un joven se ofreció a llevarnos. Nos dejó en una casucha de aspecto sombrío que en realidad era una cantina infestada por hombres de ojos vidriosos y mal aliento. El joven nos cobró 150 rupias por un recorrido de cuando mucho un kilómetro. Nos vio la cara de turistas, de extranjeros y de p… Cuando le reclamé, él me dijo que no era riksha, era carro y modelo Ambassador. Como nos chingó esas rupias (disculpen el mexicanismo, no encuentro otra forma de descubrir su abuso) me vengaré describiendo su orgulloso carro Ambassador: Todo blanco, era como de mafioso de Macao de los años sesenta. El techo adornado con un peluche protector con cuatro corazones en las esquinas y espadas de baraja (por eso pensé en Macao). Había peluche también en todo el frente del carro, negro, al parecer muy elegante, y dos estampitas milagrosas colgaban de él hipnóticamente. Un modelo clásico, el primer “Ambassador, Indian Car”. Para no rabiar de más nos metimos al antrillo aquel y nos chingamos cada quien un vasito de toddy. Sabía a pulque. Fue rápido, como ver el mar, que disfrutamos de esa bebida que provoca alegría, antes de vernos de dichos hombres afables, deseosos de una conversación. Pagamos rápido, rápido encontramos una riksha, y rápido ya estábamos de regreso en Irinjalakuda, todavía bajo los efectos del Toddy, a donde fuimos a refugiarnos en un internet antes de hacer algo de tiempo para la comida. Después fuimos a un restaurant donde servían arroz con pollo (le he presentado ya varios lugares para su repertorio futuro) y al terminar cada uno fue a sus respectivos aposentos a descansar.
Interior del AMBASSADOR

Viaje Kochi – Delhi, 11 de enero de 2009
Me dirijo a Delhi, con un poco de tristeza de haber dejado Kerala atrás, con todas las bellas experiencias que viví, en ese ambiente tan cálido (geográficamente y humanamente hablando). Veo ante mis ojos y pr arriba los Ghats occidentales, esos remanentes de selva que aún son refugio de fauna y flora excepcional. A mi lado, una pareja de moscovitas intenta leer. Platicamos un poco de nuestros países antes de que despegara el avión. Me consuela un poco el frío que voy a sentir en Delhi cuando pienso que ellos regresan a Moscú. Ellos tuvieron un viaje de yoga. Yo de Kutyattam.

ACTUACIÓN DE KOOTHU Ammanur Rajneesh
La última función a la que asistí de este maravilloso arte, fue especialmente hermosa, y no tan cansada. Fue una función doble: primeramente una actriz interpretó Koothu, el arte dramático femenino, equivalente al Kutyattam. Se veía tan hermosa, grácil, bella, con su vestido y sus adornos dorados. Luego fue el Kutyattam, en la cual un niño como de doce años interpretó a Ravana. Me gustaron bastante, y esta vez no me aburrí demasiado. Sólo fueron molestos los mosquitos que me devoraron durante la función entera. Una vez concluida ésta, me despedí de la mayor parte de las personas que conocí, especialmente de Nirmala y Venu G, quienes me desearon muy buen viaje, y me pidieron una carta para Emmanuel para efectos legales en los cuales funja casi como padre de él durante su estancia, pues para ellos es muy importante si necesitan hacer trámites, etc. Luego, invité a Emmanuel un pescadito en el mismo lugar al que habíamos ido hacía dos noches y comimos de lo lindo. Platicamos como no queriendo despedirnos, y luego terminamos marchando por las calles de Irinjalakuda al ritmo de una procesión cristiana que tenía una fiesta importante en estos días. Toda la avenida principal estaba envuelta en la fiesta y la algarabía, y nos sorprendió ver un carrito lleno de luces paseando al santo principal de la devoción de este lugar: San Sebastián. Es fantástico cómo ponen a lo largo de la calle “flechas” de papel en loor al santo y lo pasean con una procesión autóctona de tambores mientras los hombres bailan de alegría, abrazándose entre sí con una avidez que es difícil de concebir para nosotros en Latinoamérica. Tal vez sea que el contacto hombre-mujer les esté tan vedado, pero todos, sin excepción, van abrazados, agarrados de la mano, bailan juntos, saltan y chocan sus cuerpos, y muchos de ellos beben alcohol. No por nada, el santo patrono de todo Kerala es San Sebastián…

CULTO A SAN SEBASTIÁN PASTEL ARQUITECTONICO: IGLESIA DE IRINJALAKUDA
Hace unos días, platicando los extranjeros en casa de Nirmala durante una merienda, las japonesas decían que en Corea la gente bebía mucho. Yo me reía y les dije que en todos los países católicos la gente bebe más: Latinoamérica, España, Filipinas, Corea…. Aquí, en esta comunidad cristiana, no era la excepción. Muchos hombres estaban borrachos. Cuando me preguntaron a qué se debía esta permisividad, sin dudarlo les contesté que el primer milagro de Jesucristo fue convertir agua en vino… ¡qué se le puede hacer! Y bien, las mujeres en los extremos de la calle, recatadas, con sus paraguas. En un momento, varios hombres me jalaron a bailar con ellos –literalmente, me obligaron a ello- y ahí me tienen: brincoteando con ellos a la manera indiana de sentir alegría. No tiene nada de cachondo, como nosotros o los brasileños. Su manera de expresar felicidad es saltar y extender los brazos gritando Hu! Hu! Hu! Hu! a destiempo del ritmo de los tambores, y unos a otros se saltan encima, se abrazan, se palmotean torpemente… lo que es no tener oportunidad de contacto con las mujeres. Un chaparrito de ojos chispeantes no más no me soltaba. Emmanuel aprovechó la ocasión y sacó imágenes comprometedoras, lo cual es su costumbre (recordemos aquellas fotos de Jorge…). Un hombre vino en mi ayuda y a los pocos minutos ya caminábamos fuera de la procesión Emmanuel y yo tratando de evitar los cuetes callejeros y tantos buscapiés, que hubiera creído que Irinjalakuda estaba siendo bombardeada de tantas explosiones, y tanta exageración en el cueterío. Les aseguro que nosotros los mexicanos nos quedamos cortos. De pronto llegó el momento de la separación: Emmanuel y yo nos dimos un gran abrazo, sin muchos miramientos, porque a partir de ese momento ya no estaríamos cerca. ¡Qué duro para él! Si yo, un poco más curtidito, sentía el peso de la saudade… Fuimos muy buenos camaradas y convivimos en mucha armonía. ¡Adiós, amigo!
Entré brevemente al hotel, sólo para dejar mis cosas. Quería tener un último atisbo de Irinjalakuda: me intrigaba conocer la iglesia y los usos y costumbres de una comunidad católica en este lugar. Fue una decisión correcta: al poco tiempo ahí estaba yo, viendo cómo estos nuevos católicos han hecho su propio sincretismo, y cómo la influencia de los misioneros se ha manifestado en su arte popular. Algo que me sorprendió fue una especie de tambora y trompetas de viento que hubiera pensado que era casi mexicana o española. No son instrumentos con mucho arraigo en esta región. Los cocineros y mozos del hotel donde me hospedo me reconocieron y rodearon y a los pocos minutos iba por la calle agarrado de las manos como en perpetuo padre-nuestro hasta entrar al templo. Por más que me quería zafar, los jóvenes no me soltaban. Me sentía un poco incómodo, a pesar de mi natural kinestesia, y finalmente acepté que así son las cosas en este lugar y ¡oh my god!... así entramos a la Iglesia. Aquí también se quitan los zapatos para entrar al templo, y mucha gente ora en flor de loto frente a las imágenes milagrosas. Por lo demás todo parecía una feria como las que conocemos en México: venta de milagritos, estampitas, algodones de azúcar, fritangas, tamboras con gente saltando alrededor (hombres solamente) y muchos foquitos. Toda la iglesia tapizada de foquitos que se prendían y apagaban en mil colores y luciendo formas espiraladas. Lo que más me disgustó fue el comercio de la santa iglesia católica y apostólica con los más pobres e ignorantes. Ahí tienen a la gente haciendo filas para pagar 20 rupias para pasar con unas flechitas doradas en una canastita que la gente presente a un ídolo de San Sebastián, toca sus pies y alguna flecha, hace una reverencia, y piensa que este ídolo los va a ayudar. Eran decenas de personas, todas pobres y miserables, haciendo esta ridícula procesión y los capellanes cobre que cobre en este fomento de una nueva idolatría. Mejor su religión, con toda su rica mitología y sus ídolos antiguos de miles de años, que estas nuevas deificaciones de santos aputarrados y el exceso del alcohol. En el templo hindú, la noche anterior, todo tenía una atmósfera diferente, más sagrada, más consciente: los hombres y las mujeres tenían que entrar puros al templo. No juzgo, pero esto observo: La riqueza de la iglesia, en perpetua construcción, sólo era equiparable a la casa del obispo –inmensa, opulenta, pretenciosa e inaccesible-, con sendo letrero: The Bishop House. Mis pobres amiguitos, entre ellos dos jóvenes migrantes de Kolkata, no me permitieron pagar nada: me invitaron una soda, me pagaron mi flechita para honrar al santo, y se turnaban entre sí (eran como seis) para llevarme de la mano de regreso al hotel. Me enternecieron, de verdad. Rostros pasajeros que se disuelven en mi memoria, tacto de manos jóvenes y callosas de tanto fregar pisos y lavar platos sosteniendo las mías de príncipe, también diciéndonos adiós. Tratando de decirles con mi energía Que Dios te bendiga, te cuide, te acompañe; Que tu corazón siga limpio y fácil para hacer amigos; Que haya perpetua luz en tu corazón. En la calle sucia de papeles quemados y azufrosa, frente a la puerta de la posada Woodlands, la casta volvió a tomar lugar: Yo subí por una puerta reservada a los turistas, ellos entraron a una especie de madriguera donde viven hacinados en condiciones que me cuesta trabajo imaginar.
Mis amigos en la iglesia de irinjalakuda
En Kerala todavía hasta hace tres generaciones se vivía el sistema de castas más rígido de toda India. Al parecer los de la casta más baja eran realmente intocables, tenían que caminar por calles diferentes a las principales y si veían a a alguien de la casta superior, tenían que anunciar su presencia a gritos metros antes para anunciar su proximidad. Los brahmines evitaban hasta el aire de los intocables. Y aquí estaba yo, con mis amigos intocables. Me fue difícil comprender tanta segregación de los sexos, a pesar de que se considera a Kerala el estado que tiene la menor disparidad de oportunidades entre hombres y mujeres. Pero parece como si vivieran mundos aparte, exclusivos. Y es necesario evitar cualquier contacto con las mujeres porque se sienten intimidadas con la mera presencia de uno. Siempre van acompañadas, y como es probable que la persona con la que están sea la hermana del marido, o su prima, o su suegra… pues es imposible intentar si quiera una sonrisa, un guiño, una palabra amable, no se diga una conversación. Creo que lo que más platiqué con una mujer de Kerala fue con Nirmala, y esta plática fue estrictamente formal y operativa, y acaso duró 10 minutos. ¡Qué bueno que había mujeres extranjeras! A las que por cierto no decían nada si platicaban con uno. Aceptan que son extranjeras y punto. En ese sentido, son muy tolerantes. Era casi la una de la mañana. Me llevó una hora acomodar todas mis cosas. Y al terminar, quedé rendido, para dormir escasas tres horas, pues el taxi en el que me iba a ir llegaba a las cinco de la mañana.
Este taxi fue invitación de una pareja mixta –él inglés, ella japonesa, la violinista- que también iban a volar, pero más temprano, en un vuelo hacia Tokyo. Y decidí pegármeles para poder conocer la ciudad de Cochin. Así que el viaje al aeropuerto fue corto platicando con el inglés, un trotamundos de mirada misteriosa y aspecto de espía (supuestamente trabaja para la UNESCO) que había vivido 3 años en…¡Paraguay!... durante los tiempos de Stroessner. Muy sospechoso, el hombre, con un sentido del humor ácido, muy inglés, con finos dejos de ironía y sarcasmo. No me dejaron pagar. Gozaron de mi conversación, y en general la gente se asombra de que sepa tanto de sus países. De algo me ha servido tanto amor a la geografía, historia y humanidades, si bien a veces pienso que mi conocimiento es un tanto superficial. Uno siempre quiere escarbar más y más. En el aeropuerto dejé mis maletas debidamente cerradas y tan sólo con mi morralito emprendí una mini-odisea de última hora para conocer el máximo atractivo de esta próspera ciudad porteña: Fort Cochin.

FORT COCHIN ERNAKULAM
Fort Cochin es el viejo puerto que alguna vez se convirtió en el primer bastión europeo en India. De hecho, aquí se encuentra la primera iglesia europea, la iglesia de San Francisco, que anuncian con bombos y platillos en los libros turísticos. Del aeropuerto a este lugar uno tiene que atravesar al menos 3 ciudades periféricas que rodean al puerto, la más grande de ellas Ernakulam, de más de un millón de habitantes. En conjunto, Kochi, como le llaman a la metrópolis que las agrupa ha de tener unos 2 millones y medio de habitantes. Por todas partes bulle la construcción, salpicada de enormes espectaculares de mujeres hermosas enjoyadas en oro, todas hermosas, ricamente ataviadas, y también las imposibles imágenes soñadas de los nuevos rascacielos que se levantan por todas partes: como si fuera un Miami Beach indio en medio de una jungla de felicidad. Contrastan las imágenes del futuro progreso imaginado de departamentos en rascacielos con la realidad que uno observa: ríos contaminados, pilas de basura por todas partes, y la pobreza típica de las metrópolis, que es diferente a la que uno observa en las zonas rurales. Muchísimo mejor vivir en esas bellas casas sencillas en los campos de los pueblos del distrito de Thrissur que vivir entre ratas y desperdicios, aceras con olor a excremento humano. Sorprende ver de pronto carteles con el Che Guevara junto al de esa opulencia dorada: las gargantillas que anuncian, recargadas de diamantes, han de valer algunas cientos de miles de dólares. Idílicos condominios que apenas se han estrenado con nombres como Sahara con tendederos en los balcones… cuando llegué a Fort Cochin, la vieja ciudad donde murió Vasco Da Gama (el explorador que descubrió el Cabo de la Buena Esperanza y la ruta del Índico), me sentí un poco decepcionado. Ahí el virus del turismo se percibe en el trato de la gente que te mira con codicia, te ofrece mariguana, te cobra más de la cuenta.[Hago una pausa… una luna llena hermosa, emerge en la vastedad del cielo, la contemplo desde la ventanilla del avión…]. Cuando llegué al máximo atractivo turístico y vi la famosa iglesia me decepcioné: una construcción tan sencilla, que cualquiera de nuestros templos que los españoles levantaron en nuestra tierra en el mismo siglo es cientos de veces más espectactular. Nada memorable, de hecho, sin ningún chiste. Alrededor viejas casas, cafés para europeos y americanos que son enclaves de refugio para no acercarse más a la verdadera India, que está tan solo unas calles a la distancia… Me da gusto que no haya perdido mi tiempo en este lugar y que haya tenido la intuición de que no encontraría prístinas playas ni nada parecido. Yo mismo entré a uno de esos enclaves, me tomé un desayuno estilo gringo, con huevos y pan tostado con mantequilla y mermelada, y rápidamente emprendí el regreso, pero esta vez vía el ferry, que es mucho más directo y atraviesa directamente de Fort Kochi a Ernakulam sin tener que rodear toda la bahía. Desde el ferry se aparece la skyline de Ernakulam con un aire de pretenciosa grandeza tras sus rascacielos vidriosos y chaparros. Caminé por sus calles bulliciosas, incluso en domingo, que la mayoría de sus locales están cerrados, y cuando me cansé de ver la monotonía del comercio que es igual en cualquier parte del mundo, tomé oportunamente un camión a la estación de Alúa, la siguiente ciudad periférica, donde me metí a una barbería a lavarme el cabello pegajoso aún de los aceites del masaje ayurvédico y del polvo de tantos días, me rasuré para estar presentable hoy que llegue al Instituto, y muy a tiempo me encontré en el aeropuerto, con mis cosas listas y tiempo para pensar, extrañar a mis seres queridos, en especial mi amada esposa, doloroso de no poder escribirle un buenos días porque el Internet estaba cerrado. De lo único que me arrepiento de no haber conocido y que estuve bastante cerca es de visitar a la famosa gurú que le dicen la Mamá que abraza, cuyo ashram no está lejos de Cochin, rumbo al sur, y de quien dicen que tiene un abrazo que remite al amor universal. A ella llegan miles de peregrinos de todas partes del mundo, y ella simplemente los abraza, dejándoles en sus corazones una sensación de paz sobrenatural. En su ashram mucha gente se cura con medicina ayurvédica y uno puede quedarse días a meditar en ese lugar que es un remanso de paz y al que se llega en barcas que se internan en las lagunas costeras de Kerala. Pero esto lo supe demasiado tarde, y a mí me curó ver el Kutyattam. Me quedó con el sonido metálico de sus mizhavus, percusiones sagradas, y las exquisitas e incomprensibles (para mí) historias que presencié en el Gurukulam de Natanakairali con los actores y bailarines que Nirmala y Venu G han formado, linaje que se remonta siglos atrás de tradición. Excelente decisión haber conocido Irinjalakuda y el carácter de esa específica región semi-rural del distrito de Thrissur.
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Finalmente llegué a Delhi. Para los indios no existe Nueva Delhi. Es Delhi y punto. Desde el cielo nocturno, antes de aterrizar, me causaba atracción y repulsión a la vez, como toda gran ciudad. Su famosa bruma le daba un aspecto fantasmagórico, frío, muy diferente de la jungla de Kerala. Al bajar del avión sentí el ramalazo helado de su clima, volví a percibir su olor de sartén quemado. Para no sentir tristeza, rápidamente desenvainé una paleta de caramelo sabor chamoy que traje de México para momentos como este. Fijación oral resuelta, retorno a una teta sucedánea. Finalmente recogí el equipaje y en menos de diez minutos ya estaba montado en una azarosa riksha con el frente frío siberiano de frente y rumbo al IIMC. El chofer no hablaba inglés ni conocía la ciudad. Fue un maratón darnos a entender, me quiso ver la cara, me cobró de más… y ya no quise hacer ningún pancho, sólo quería llegar. De par en par se abrieron las puertas como si estuviera habituado a venir aquí, y mi recámara… tal como la había dejado. ¡Aún no tengo compañero! Sin cantar victoria y alegre por mi intimidad dejé mis cosas, salí a comprar provisiones… y aquí estoy, de regreso, en lo que será mi refugio (jamás será mi hogar, éste está en el corazón de mi amada Érika), titiritando de frío y disfrutando de un momento de soledad… en compañía de ustedes, comunicación a destiempo, pero completamente real.

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